martes, 14 de septiembre de 2010

No violar lo que dice el autor

Hace justo un año, el 14 de septiembre del 2009, en el blog que escribe para el periódico El Público, Mario Muchnik se permitió una reflexión, que desencadenó una serie de reacciones por parte de sus lectores. Algunas de ellas se transcriben luego del artículo.

Traducciones

Una traducción literal suele ser mala, cuando no ilegible. Y una traducción “libre” suele ser infiel al original. En alguna parte entre estos dos extremos se sitúa la traducción buena. Hay muchos traductores que “explican” en lugar de traducir. Temen que la frase tenga sentido sólo en la lengua original, y la versión que dan es en realidad una paráfrasis de lo que escribió el autor. Los grandes autores, sin embargo, suelen servirse de la lengua para expresar un concepto que, vertido sin arte en la página, habría resultado insulso. Un gran autor expresa, nunca explica. Las maneras de decir algo, posibles gracias a la infinita riqueza de sus propias lenguas, son igualmente infinitas, y son todas diferentes.

La gracia de una buena traducción es que, sin violar las reglas de la gramática, no viole la expresión del autor; y si, además de buena, la traducción llega a ser grande, que conserve los matices singulares del autor y, como apunta con genio Susan Sontag, transmita el espíritu “extranjero” del original; que no sea perfecta, en una palabra, al punto de parecer lo que no es: un texto escrito originalmente en la lengua de la traducción. “Para comenzar por el principio el relato de mi vida”, reza la segunda frase de una traducción más o menos reciente de David Copperfield. Es un caso clamoroso de una traducción “explicativa”. El original de Charles Dickens no dice eso, sino: “To begin my life with the beginning of my life”. Juguetón y dueño absoluto de su lengua, Dickens repite “life”, “vida”, bien sabiendo que el término tiene el doble significado de “vida” y de “autobiografía”, exactamente como en castellano. Una traducción literal habría sido en este caso fiel al original y a su matiz cómico: “Para comenzar mi vida por el comienzo de mi vida”. La reciente traducción española roba al original toda la gracia y lo traiciona.

Los títulos suelen ser quebraderos de cabeza para los traductores. Para seguir con Dickens, la traducción exacta de Great Expectations no es Grandes esperanzas (demasiado ambiguo) sino Grandes expectativas. Legítimo término legal, las “expectations”, simplemente “expectativas” en castellano, son, por ejemplo, las herencias en ciernes. Pip, el protagonista de la novela, es un futuro heredero. Heart of Darkness se debería traducir, para no traicionar el título de Joseph Conrad, Corazón de tinieblas. No El corazón de las tinieblas que, en inglés, habría requerido el artículo: The Heart of Darkness. Si Conrad no lo puso, por algo será…

Las reacciones

Comentario por Enrique Bernárdez14/09/2009 @ 09:52

De acuerdo y muy de acuerdo, pero… Muchas veces no es el traductor el culpable. Con excesiva frecuencia es el editor en persona, movido por las ”recomendaciones” de los correctores de estilo, quien fuerza cambios que el traductor nunca haría -y que suele verse obligado a aceptar porque su posición es de debilidad. Claro que ni correctores ni editores dan la cara, de modo que las culpas caen siempre sobre el traductor. Personalmente, en varias ocasiones he llegado a exigir que no apareciese en ningún sitio referencia a que la traducción fuera mía, si la editorial se empeñaba en introducir ciertos cambios aberrantes en algunas de mis trad1ucciones, cambios que desvirtuarían por completo el original (quitar y poner, cambiar cosas de sitios, explicar cosas innecesarias, cambiar lo coloquial a lo hiperculto, y ”zarandajas” por el estilo), He tenido suerte, porque mi posición es relativamente fuerte. ¡¡Y sobre los títulos!! Nada más loco que cambiar Hombres que odian a las mujeres por Los hombres que no amaban a las mujeres. Pero la decisión no fue de los traductores españoles, sino del editor español que copió el título francés que no pusieron los traductores sino el editor. ¡¡Claro que en inglés, ese mismo libro se titula La chica del tatuaje del dragón!! Siempre se habla de los traductores, pero la culpa no es siempre de ellos/de nosotros.

Comentario por jorgeplaza14/09/2009 @ 09:57

Es usted demasiado culto (no lo digo con retintín sino con franca admiración) para el común de los mortales. Lo que dice en su artículo es completamente cierto, pero está a una altura excesiva si se tiene en cuenta, por ejemplo, que Disgrace de Coetzee, que no es precisamente una novela del montón, se tradujo como Desgracia en la reciente versión española de la novela, error garrafal –del mismo tipo del ”Canal de la Mancha”, eternizado ya sin remedio– que demuestra que el (i)rresponsable a cargo de la traducción no llegaba ni a la categoría de aficionado, pero que, sin duda por razones comerciales, ha visto premiada su ignorancia cuando, al estrenarse ahora la película, se ha mantenido el disparate.

Un cordial saludo.

Comentario por carlos14/09/2009 @ 10:47

Sea como fuere, si no fuese por los traductores, no conoceríamos nada del resto de la literatura mundial, y no es gente bien pagada.

En el caso de España, pues, no conoceríamos como es un salón de la burguesía, puesto que aquí, las novelas siempre han tratado de gente pobre, en la p… miseria con la salvedad de unos marquesitos. Como es y ha sido siempre este pais, pero Europa era otra cosa.

Claro que no creo sea lo mismo traducir a un autor de best sellers que a Dante. Aun con las dificultades que tiene la traduccion, creo han conseguido dar una cierta imagen de lo que era la sociedad rusa de Gogol, Dostoyevsky, Andersen Y no había mucha gente que supiera ruso o danés o idiomas fuera del inglés y francés y con eso no basta para ser traductor.

No sabemos lo que hemos leido, pues, pero quizá mejor eso que nada o vaya vd a saber.

Comentario por laserjet14/09/2009 @ 10:53

Para Enrique Bernárdez: bastaría con que alguien hiciera una estadística de errores garrafales, impresentables, lamentables, delatores de la ignorancia, la suficiencia y la temeridad, que cometen respectivamente a) los traductores, b) los editores y c) los correctores, para obtener un resultado que, me apuesto un brazo, sería: 95 traductor, 3 editor, 2 corrector. No hay un sector más inflado, más ignorante, más destructivo y más llorica que el de los traductores, pesadilla de editores y correctores.

Comentario por Enrique Bernárdez14/09/2009 @ 11:18

Para Laserjet. ¡Ay, si conocieras el percal! Ni te imaginas. Hay traducciones pésimas que pasan sin obstáculo alguno todos los filtros de correctores y editores. Al respecto hay algunas antologías comentadas, la más interesante, una publicada hace ya años por Julio César Santoyo, traductólogo de la Universidad de Salamanca. En cambio, no puede haber antologías de atrocidades cometidas o intentadas por editores y correctores; personalmente, he publicado en algunos sitios ciertos ejemplos especialm colegas. Yo, en mi función de traductor, no lloriqueo (traduzco porque quiero, no por obligación alimenticia) sino que defiendo mi trabajo cuando lo veo amenazado… y que implica una amenaza a la integridad de la obra que traduzco. Y no soy el único. Pero, ¡qué quieres!, si estás hablando de una región pobre del suroeste de Islandia en 1933, un hogar casi famélico, y las gachas que entonces y ahora se hacen my el editor pretende transformarlas -afortunadamente, se paró a tiempo la tropelía- en leche con copos de avena (¡sic!), ya me dirás. Todos cometen y cometemos errores, pero muchos aparentes errores de traductores son imposiciones directas a estos por los que tienen, a fin de cuentas, el poder total de decisión…

Comentario por laserjet14/09/2009 @ 12:08

Sé muy bien de lo que hablo, Enrique Bernárdez. Lo sufro todos los días, y paso muchas horas al cabo de año tratando de remediarlo, boli rojo en mano, probablemente añadiendo alguna burrada de mi propia cosecha, pero quitando doscientas, te lo puedo asegurar, por cada una de esas que añado: gente que se muere eventualmente, chicos que no quieren tener empleos clericales, cosas que no eran pensadas por quien las dice, gente que descubre algo en fecha tan temprana como 1970, frases positivas que se convierten en negativas, personajes que cambian de sexo, citas de shakespeare que han pasado por el traductor del google porque el traductor, ese héroe cultural, no entendía ni uno solo de sus términos, faltas de ortografía, párrafos enteros, cuando no capítulos enteros, que faltan, sintaxis delictiva, desorden, el mismo término traducido de cuatro formas distintas a lo largo del libro, descuido, ignorancia… el lamentable desprecio del traductor hacia quien escribe, hacia quien edita, hacia quien corrige, y sobre todo y por encima de todo, hacia quien lee. Puede que tú seas la excepción… pero lamento decir que me sorprendería.

Comentario por carlos16/09/2009 @ 00:25

O sea que a lo que veo, los que no sabemos idiomas creemos que hemos leido a Kierkegaard y resulta que no, que era Marcial Lafuente Estefanía. Esto está bien saberlo.

Creo que Juan Ramón Jiménez dijo cuando se fue a EEUU, que cambiar de idioma es cambiar de alma. A mí me parece que este señor era buen poeta pero bastante coñazo como persona, sin embargo creo que ahí acertó.

Comentario por Pilar16/09/2009 @ 16:27

Laserjet, esos traductores a los que corriges, ¿para qué editorial o editoriales trabajan? ¿Cómo los eligieron dichas editoriales? ¿Cuánto les pagan? ¿Existe un contrato legal que los ampare? Si alguien se muere eventualmente por un empleo clerical en fecha tan temprana como 1970, es que algo no funciona en ese encargo. Y no creo que todo se deba a que los traductores seamos unos ignorantes descuidados que faltamos el respeto a lectores, editores, correctores y demás. También se da en ocasiones la situación contraria (correctores que, más que corregir, estropean), pero yo no lo considero una dejadez del gremio en general, sino el mal hacer de algunos trabajadores en concreto. Trabajadores que, además, es muy probable que no cuenten con la formación o la remuneración adecuadas.

En cuanto al tema del artículo, es un terreno resbaladizo y muy subjetivo. Siempre se pierde algo en la traducción, pero más se pierde si no se traduce.

Comentario por Rubén16/09/2009 @ 16:51

Para laserjet: creo que deberías coger un día el teléfono y pedirle a tus clientes, así, como en tono desenfadado, que desembuchen y te digan a quién encargan sus traducciones antes de enviártelas para que las corrijas. A lo mejor te enteras de que es la sobrina del editor, que estuvo 1 año de Erasmus en Cork y necesitaba ganar unos eurillos; o un traductor novel ”baratito”; o un buen traductor al que han puesto unos plazos más prietos que los tornillos de un submarino. Pero, ¡qué demonios! En lugar de enfadarte —enfado que, no obstante, he experimentado no pocas veces como traductor y revisor que soy- deberías dar gracias por que tus clientes contraten presuntos -se nos olvidaba la presunción de inocencia- malos traductores. No hay mejor contexto que ese para reivindicarse profesionalmente y poner de relieve ante los clientes el valor real y la necesidad de una buena corrección, que falta hace. Saludos.

Comentario por El Orgullo del Tercer Mundo16/09/2009 @ 16:51

Estimado Laserjet:
Lamento que olvides en tu repertorio de infractores al propio autor de la obra original.

Además, creo que, siendo clemente, exageras un tanto en la cuota de responsabilidad que atribuyes a cada uno.

Son legión las editoriales que no someten al escrutinio de un corrector profesional las traducciones que reciben.

Acabo de terminar las memorias de Carl Gustav Jung que Seix Barral lleva publicando desde 1964. Siendo una obra de mi máximo interés y probablemente de alta calidad en su idioma original, la edición de Seix Barral, imagino que sin corregir desde entonces, da pena.

Por otra parte, la miseria que las editoriales pagan a los traductores y a los correctores de literatura y las condiciones leoninas de trabajo a destajo que les imponen hacen que (salvo aquellos que, como mi admirado profesor aquí presente, traducen por amor al arte porque tienen sus necesidades cubiertas en otros ámbitos profesionales) no sea precisamente significativo el porcentaje de buenos traductores que se dedique a estos quehaceres y obtenga de ellos su sustento básico.

Finalmente, el (lector)español, se caracteriza en este y en otros ámbitos, por no ser particularmente exigente. Ahí está el negocio de las editoriales.

En España hay buenos traductores y correctores, pero no encuentran quien les pague el precio justo de su trabajo.

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