domingo, 12 de diciembre de 2010

Dos nuevas traducciones de Ted Hughes

Aparecida en Público.es, la noticia, firmada por Peio H. Riaño, fue publicada el 22 de marzo pasado y se refiere a Ted Hughes (foto), el poeta británico laureado, de quien este año se publicaron dos nuevos libros en España.

Bocados de un poeta animal

Será porque el mundo mitológico y totémico no cuaja en las apetencias líricas del lector español, será porque su poesía no ha sido capaz de enterrar su leyenda de monstruo castrador, por lo que sea, Ted Hughes (1930-1998) no ha sido santo de la devoción de los planes editoriales de los de aquí. No ha importado hasta el momento que hablemos de uno de los tres grandes poetas ingleses de la posguerra del siglo XX, junto con Dylan Thomas (1914-1953) y Philip Larkin (1922-1985), para traducir la obra de un autor fundido con su paisaje, física, anímica y lingüísticamente.

Hughes fue un poeta amarrado a la piedra de los lugares de su niñez, en Mytholmoroyd, un pequeño pueblo, en el condado de Yorkshire (Inglaterra), donde "la sensación de un desastre inminente planea en el aire". El condado ya se había hecho famoso antes de que naciera Hughes, con Cumbres borrascosas, que Emily Brontë escribió en 1847. El propio Hughes dijo que lo que aprendió en sus seis primeros años de vida allí formó su visión del mundo.

Parte de esa mirada se puede leer en la antología que publica la editorial Bartleby, con el título El azor en el páramo, una colección de 68 poemas, la mayoría de ellos inéditos en castellano. Además de Gaudete, que Lumen también acaba de lanzar, sin traducir hasta hoy, una obra compleja, en la que se reúnen todas sus influencias y dan lugar a un libro amargo, duro y oscuro. En el primero, el paisaje y los animales de Hughes toman cuerpo y voz, en el segundo la mitología derrumba a la religión para acercar al hombre a los dioses.
Sólo D. H. Lawrence (1885-1930) y Dylan Thomas, además de Hughes, hicieron del paisaje y sus paisanos el motivo central de la poesía inglesa en el siglo pasado. El resto de coetáneos se sintieron atraídos por la revolución de las ciudades, como Philip Larkin, partícipe de la estela dejada por T. S. Eliot (1888-1965).

Un páramo en verso
El poeta Seamus Heaney (1939) describió con tino ese paraje desagradable del que Hughes no quiso separarse nunca: "La Inglaterra de Hughes es un paisaje primitivo donde las piedras y los horizontes sufren, donde los elementos habitan la mente con vigor religioso, donde el guijarro sueña que es el feto de Dios (). Es la Inglaterra del rey Lear, convertida en un páramo donde las ovejas y los zorros y los azores convencen al hombre desacomodado de que es un simple objeto ahorquillado". Es el hombre condenado a estar a la altura de los animales, sin privilegios frente a la fuerza bruta de la naturaleza. El hombre sin consolación, atormentado por la magnitud de la catástrofe.

La piedra de la que aprendió a hablar Hughes también le enseñó a sentir y a relacionarse con su entorno. Como Miguel Delibes, Hughes amaba la caza y la pesca: "Para mí cazar animales y escribir son dos cosas relacionadas", reconoció en alguna ocasión el poeta. Jordi Doce, encargado de la edición al castellano de la obra de referencia de Hughes, Cuervo (Hiperión, 1999), reconoce en la base de su lenguaje un sonido con vocales oscuras y gusto por el humor negro, por la exageración y la hipérbole. "Es el viejo anglosajón de raíz germánica, un inglés primitivo apenas tocado por el francés normando y el latín eclesiástico".

Doce reconoce que se pierde mucho en la traducción de un autor como Hughes. El argentino Juan Elías Tovar ha pasado al castellano Gaudete, y explica que le llevó un año el primer borrador, "varios años de reposo y un año más para corregirlo". "El trabajo del propio Hughes como traductor fue considerable y sostenía que la traducción era posible, frente a la postura que asegura que siempre se pierde algo fundamental. Con Gaudete me sorprendió ver que las imágenes en castellano salían", recuerda.

Hay que estar sordo para no oír la voz de un poeta que devora cada verso con un lenguaje desnudo y crudo: "Ahora la ría es rica aunque hable en voz baja./ Es su poderosa majestad la mar/ viajando de incógnito por los pueblos./ Ahora la ría es pobre. Ni una canción, tan sólo un fino, loco susurro", escribe en el arranque del poema La ría en marzo, dentro del volumen El azor en el páramo, que ha traducido el gallego Xoán Abeleira.

"Hughes revolucionó la mirada lírica sobre la naturaleza", asegura Abeleira, para incidir en que se trata de una mirada distinta a la de los románticos. "No aborda la naturaleza desde un punto de vista bucólico, sino que se sumerge en la esencia de la naturaleza, y en la de sus moradores", para tratarla tal y como es, energía constructora y destructora, fuerza irreprimible.

El poeta Antonio Colinas también manifiesta la importancia de Hughes en su relación y tratamiento de la naturaleza: "Él y Thomas son poetas ricos y plásticos, con una poesía plena de simbología. Leyó a los animales desde el salvajismo, para expresar el salvajismo del ser humano", explica el Premio Nacional de Literatura en 1982. Colinas dice que tras él ha predominado una poesía plana y sencilla, acorde con la poesía de la cotidianeidad.

"Hughes, como los chamanes, ve en la naturaleza una fuente sanadora, pero también peligros. Defiende la necesidad de convivir en equilibrio con la naturaleza", Abeleira le retrata como un ecologista con plena vigencia. La violencia también la encontró Hughes en las lecturas que hizo de Shakespeare, durante sus dos años de mili como mecánico inalámbrico de suelo en la RAF (Royal Air Force), en una estación aislada al oeste de Yorkshire. "Nada que hacer más que leer y releer a Shakespeare y ver la hierba crecer", dijo el poeta.

Por ello es la suya una poesía incómoda, muy trágica. Una poesía expresionista, con una visión desencantada de la vida y de las relaciones en pareja y con fuerte arraigo al mundo de las fuerzas primarias y telúricas (muerte, luz y oscuridad). "Es todo lo contrario a un poeta posmoderno y contracultural", añade Jordi Doce.

Durante más de 40 años, Hughes se negó a dar explicaciones sobre su relación con su mujer, la poeta Sylvia PLath, ni sobre ningún otro motivo que explicara el suicidio de la poeta estadounidense, en 1963. "Me saca de quicio ver mis experiencias y sentimientos privados reinventados de ese modo brutal, blandengue, e interpretados y publicados como la historia oficial, como si yo fuera un dibujo en una pared o un preso en Siberia", escribió enfadado Hughes a Al Álvarez, un antiguo amigo de él y Sylvia, que hizo públicos datos sobre la relación.

El poeta y el villano
"También sé que la alternativa mantenerme en silencio me convierte en el blanco en el que se proyectan las peores sospechas. Que mi silencio parece confirmar todas las acusaciones y fantasías. Preferí eso, en su conjunto, a dejarme arrastrar al ruedo y ser asediado y espoleado y aguijoneado hasta vomitar todos los detalles de mi vida con Sylvia, para gran disfrute de los cientos de miles de profesores y licenciados de Literatura Inglesa", contó a una periodista que redactaba una biografía sobre él.

El libro El azor en el páramo incluye dos poemas que aluden a Plath, "Tú odiabas España" y "Los perros se están comiendo a tu madre". "Los perros" son los críticos, biógrafos, profesores y licenciados sedientos de carnaza. El poema está dirigido a la hija de ambos, Frieda. Hughes escribe en el poema: "Al salir del horno ya la habían destripado, pelado y aderezado./ La llamaban suya".

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