domingo, 16 de octubre de 2011

Oi oi oi...

Las columnas que nos envía la irremplazaba Marietta Gargatagli desde Barcelona son un lujo que nos encanta darnos. Destacan por la información, la precisión y la elegancia con que son escritas. Ésta no es una excepción.

A propósito de la palabra idish

No se si habrán fijado, pero la palabra ídish, que nombra una lengua y una cultura de la Argentina, no existe en el diccionario de la rae. Pensé que podía deberse a la grafía, pero rechacé esa hipótesis: en el drae figuran “washingtoniano” y “marshalés” (de las Islas Marshall) que tienen el mismo grupo /sh que los castellanohablantes no tenemos dificultad alguna en pronunciar. La prueba está en la onomatopeya “shhh” que, a pesar de que tampoco está en ese diccionario, es de lo más común, como puede verse en Google donde hay muchos dedos haciendo “shhh” entre ellos los de nuestra famosa (y quizá) antigua enfermera de las fotos de los sanatorios de nuestra infancia.

La ausencia de la palabra ídish en un diccionario general, me llevó a buscarla en otra obra académica donde paradójicamente aparece, como si el nombre de un idioma y de una cultura de ámbito castellano pudieran ser un misterio o una duda. Ciertamente, para los autores de esa obra es así. La voz ídish se convierte en “yidis” y se menciona a sus hablantes ¡en pasado!

Asombrada (seriamente) me dirigí (como hacía Tato Bores que, dicho sea de paso, también hablaba ídish) a alguna otra fuente, en mi caso, a El diccionario del habla de los argentinos (2003) de la Academia Argentina de Letras, con la esperanza (vana) de que la lengua materna de Alberto Gerchunoff y de muchísimos escritores argentinos y argentinos en general, hubiera llegado a oídos de que quienes redactan estas obras. Ni la más mínima referencia. Revisé entonces la página web de esa institución, cuya sección “Voces aprobadas por la Comisión Habla de los Argentinos, en septiembre, octubre y noviembre de 2009” leí con mucho interés, pero sin éxito.

Descartada la voz ídish, que no aparece tampoco con ninguna grafía alternativa, busqué, en esos léxicos, palabras del ídish que conozco, por haberlas usado, leído u oído. Por ejemplo, tujes, útil para decir “en la loma del tujes”. O “mencho”, imprescindible en una pregunta como “¿Qué va a saber ese mencho?” Sin hablar de otros vocablos, no más extranjeros que muchos italianismos que se leen en El diccionario del habla de los argentino, aunque por lo que ve, más invisibles: bobe, zeide, shiksé, meshugene, pékele, mazel tov, goy, cuentenik, krakeleigen, tate, idishe mame, kosher, matzá. guefilte fish, varenikes, latkes y knishes.

Ninguna de las palabras de este repertorio, más bien exiguo, tuvo cabida en el diccionario que nos nombra. Y me sorprende. Imagino que no debe ser difícil encontrarlas en los textos literarios y estoy segura de que son extremadamente abundantes en la realidad. Entre ellas, los nombres de fechas religiosas judías que se mencionan a menudo en la literatura ídish: Rosh Hashaná, Iom Kipur, Purim, Hanuká, Sucot, Pésaj o Shavuot, que, en la Argentina, son feriados comerciales o laborales y que, cuando tienen carácter festivo, convocan actividades multitudinarias en las plazas, que se retransmiten por televisión y se comentan en radios y diarios.

Por ejemplo, decía La Nación. 

“Las principales cadenas de supermercados están comenzando a exhibir en sus góndolas productos exclusivos para Pésaj. “Harina de matzá para cocinar, rábano picante (jrein)”, enumera Venancio Fernández del supermercado Norte, de Scalabrini Ortiz y Cabello. Los supermercados Jumbo de Palermo, Pilar, Unicenter y Almagro contarán con casi cien productos que está permitido comer durante Pésaj, entre los que hay harinas, galletas sin levadura, golosinas y vinos. En Carrefour y Disco también tienen matzá dulce, salada y bañada en chocolate, para todos los gustos y las horas del día. Las heladerías que venden helados kosher lo harán también en esta festividad. Persicco tiene gustos neutros y lácteos entre los que se encuentran los chocolates, durazno con naranja, frambuesa y menta granizada. Freddo también ofrece helados artesanales kosher respetuosamente elaborados y aprobados por el rabino Daniel Oppenheimer.”

Como estos productos se venden habitualmente en los supermercados y en muchos negocios diversos, como las panaderías más comunes tienen siempre pan trenzado (cuyo nombre en ídish no recuerdo), como no faltan delivery de casi todo lo anterior, incluyendo los beigalaj, es bastante incomprensible que la comisión “Habla de los Argentinos” no haya leído, visto u oído palabras que, por su extensión en la sociedad, son parte indiscutible del habla de los argentinos y revelan la vitalidad de una cultura que los diccionarios que contribuyen a redactar ignoran o presentan en pasado.

No estoy ahora en la Argentina, pero una ojeada rápida a los diarios y documentos que nos ofrece la web me permite conjeturar que no es necesario estar en la Argentina para ver (e incluso oír) la cultura ídish de la Argentina.

Eligiendo al azar se puede nombrar lo siguiente. Las conferencias y actividades sobre el ídish (una parte de la Feria del libro judío: Davar: la palabra y el verbo) que se hicieron en Buenos Aires, en junio del 2011, y en las que presentó un avance del proyecto de digitalización de materiales documentales y bibliográficos de la Fundación IWO, entre los que se cuentan afiches del teatro ídish y de los intérpretes de tango en ídish, textos literarios y periodísticos en ídish y materiales fotográficos de la vida ídish desde finales del siglo xix. Una parte de estos fondos se expuso en “Imágenes del mundo del trabajo de la inmigración judía en Buenos Aires” en agosto, también de este año, en la Biblioteca del Congreso de la Nación.

En el teatro se estaba representado Mírele Efros y sus hijos del dramaturgo ídish Jacob Gordin y no puedo saber si siguió en cartel El dibuk, la legendaria obra ídish de Shlomoh An-Ski que tuvo muchas representaciones en la Argentina, en la década del 20 y del 30 (la primera de ellas con Berta Singerman) y que también se había presentado en el 2007, a cargo del grupo TR Warszawa, de Polonia.

En el 2010 se celebró (y no pude saber si se hará en el 2011) la KlezFiesta, un encuentro internacional de música klezmer que, al igual que en el 2009 y el 2008, tuvo como escenario teatros, parques y plazas de la ciudad de Buenos Aires, y del que participaron también las numerosas bandas de música klezmer de la Argentina. Bandas de música klezmer, por otra parte, que parecen tener actuaciones todo el año y encontrarse en diversos lugares del país.

La visibilidad de estas manifestaciones debería hacer además perceptible —a investigadores del léxico y de la lengua— que, en los últimos años, una multitud de trabajos académicos y bastantes libros han comenzado a construir una trama compacta de reflexiones sobre la cultura judía y la cultura ídish en la Argentina: sobre el movimiento obrero, la participación política o el periodismo en ídish, sobre mujeres, sobre el teatro o la música popular en ídish, sobre la literatura escrita en ídish o traducida del ídish.

Ese pasado y presente que vuelve en forma de reflexión, el creciente interés por el propio idioma, el fuerte vínculo de la música popular cantada en ídish con amplios públicos, la lucha titánica de la Fundación IWO por recuperar y proteger lo que fue destruido en el atentado de la amia, el tradicional asociacionismo que caracterizó a la inmigración argentina que se despliega en iniciativas y actividades que van de lo gastronómico a la memoria oral, sugieren una presencia extraordinaria, imposible de no ser percibida, analizada y capturada en su visible expresión verbal. 

¿Por qué tal cosa no ocurre? Me parece que el Diccionario del habla de los argentinos postula un lector que no somos nosotros: los argentinos. El modelo contrastivo que sigue — muchas definiciones contienen entre paréntesis la equivalencia de ciertas palabras en el castellano de España— sugiere que los lectores ideales de esa obra no somos nosotros ni tampoco otros hablantes latinoamericanos. Ser “explicados” en el idioma de otro país a cuyos habitantes no se les permitió conocer, hasta hace muy poco, el laicismo y la libertad de culto es una limitación. Y esa limitación nos excluye. En la Argentina, desde 1853, las prácticas religiosas plurales están incluidas en la Constitución. Por eso hay cristianos católicos romanos, ortodoxos, apostólicos armenios, presbiterianos, adventistas, evangélicos, mormones, hay judíos jasídicos, reformistas, liberales, hay musulmanes chiítas y sunitas, hay budistas y sintoístas, hay practicantes de religiones originarias de América como la de los mbya-guaraníes que hace poco solicitaron la protección del Estado, hay espiritistas y creyentes en el zoroastrismo o en Krishnamurti, hay agnósticos, ateos y ateos militantes. Y esa diversidad tiene fiestas, atuendos, comidas, ritos, arquitectura, libros, letras y sobre todo palabras. Palabras que tampoco están en el Diccionario del habla de los argentinos.

La lengua ídish no es una religión, aunque sus hablantes pudieran practicar una o ninguna. Forma parte de una cultura, una extraordinaria cultura de supervivencia, que encontró en la Argentina, en Uruguay, en Brasil (donde se llama ídiche), en México y en Estados Unidos un refugio donde conservarse. Donde protegerse de la muerte. Esa alteridad dramática y espléndida forma parte de América y de Argentina porque la transhumancia, no la lengua, es nuestro origen.

Un ejemplo reciente. La exposición "200 años, 200 libros. Recorridos por la cultura argentina" que se puede ver ahora en Buenos Aires muestra un catálogo de las obras más representativas del país. La lista, polémica como cualquier lista, contiene, sin embargo, un dato revelador. Entre esos libros figuran tres escritores “extranjeros”, dos  uruguayos y un polaco. Horacio Quiroga y Florencio Sánchez escribían en castellano, la obra que se menciona de Witold Gombrowicz es la legendaria traducción de Ferdydurke.

La elección resulta elocuente por sí misma. Y la lista de los apellidos de todos los autores también. Tal es nuestra lengua: la transhumante.

La República Argentina, desde 1884, lleva invirtiendo cantidades astronómicas de su pib para que la escuela argentina (laica, gratuita y obligatoria) ofrezca a quienes viven acá —sean del lugar que sean— la posibilidad de ser alfabetos y lectores. Alfabetos y lectores que antes no existían y que nadie más ha contribuido a financiar.

Resulta paradójico que ahora —cuando la investigación y la producción humanística y científica proceden exclusivamente de las universidades y organismos del Estado como el conicet— instituciones privadas pretendan administrar el capital cultural y los bienes simbólicos de un país, de otros países, entre ellos la lengua que los argentinos financian y producen.

Veo en la página web de la Academia Argentina de Letras unos consejos lingüísticos financiados por un banco español y no puedo imaginar sin estremecimientos algo parecido a esto:

La Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) en la Argentina y la Academia Argentina de Letras recuerdan que la adaptación gráfica propuesta para el dialecto alto alemán que hablaron los judíos originarios de la Europa central y oriental es “yidis”.


3 comentarios:

  1. Hay al menos un diccionario donde las figuran unas cuantas palabras del idish o yidish que se han incorporado al lenguaje cotidiano en Argentina. Se trata del "Diccionario integral del español de la Argentina"
    (ver www.voz-activa.com.ar/flipdiccionario/).

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  2. Magnifico articulo. Sugiero su envio a la Academia Argentina de Letras, asi como al consulado de España, que sin lugar a dudas agradeceran la colaboracion intelectual de Marietta Gargatagli, puesto que al parecer necesitan colaboradores esclarecidos para combatir una afeccion bastante grave: la estrechez del campo de vision.
    Ester

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