martes, 8 de mayo de 2012

Roberto Mascaró habla de sus traducciones de Tomas Tranströmer


Hace más de veinte años, el poeta y traductor uruguayo Roberto Mascaró comenzó a difundir en castellano la obra del poeta sueco Tomas Tranströmer, último Premio Nobel de Literatura. Lo que sigue es una conferencia dictada en el "Homenaje a Tomas Tranströmer" realizado  por iniciativa de la Cátedra Vargas Llosa, en el Instituto Cervantes (Madrid), el 17 de abril pasado, y en la Fundación Caballero Bonald (Jerez de la Frontera), el 20 de abril.

Traducir Tranströmer, un largo viaje

Desde joven, mi empeño y mi trabajo se dirigieron todo el tiempo hacia la poesía, ese género tan prestigioso y al mismo tiempo tan combatido por los déspotas. Me tocó formarme en aquel país del silencio, de la censura sistemática, de la prolongada y cruel dictadura que fue Uruguay en los años setenta y ochenta. En aquella oscuridad no se podía escribir, y tampoco se podían pronunciar ciertas palabras. Leíamos, casi a escondidas, La ciudad y los perros, que reflejaba de algún modo aquella realidad despótica, y que para mí sigue siendo la mejor novela de Mario Vargas Llosa, cuyo nombre lleva esta Cátedra. Experiencia singular para el escritor inédito que era yo en ese tiempo. Tuve que esperar a cumplir los treinta años para publicar mi primer libro.

Luego vino el exilio, y con éste el conocimiento de una nueva cultura, la escandinava, con sus lenguas tan emparentadas entre sí.

La traducción llegó como un ejercicio placentero y solidario con textos suecos, noruegos y daneses que yo sentía que estaban del otro lado de la cerca, fuera de alcance, injustamente. Mi urgencia por leerlos me llevó a traducirlos.

El poeta que traduce poesía, tiene el privilegio de elegir los textos a los que pretende dar vida en otra lengua. Es decir, tiene que oficiar también de crítico y decidirse por un autor. Aquí hay riesgo pero también una inmensa libertad.

Hace más de cuarenta años que escribo poesía, y hace más de treinta que practico esta manera de leer tratando de comprender profundamente -que en eso consiste para mí el Arte de la Traducción, que se parece mucho a un vicio, a una obsesión. La obsesión de poder reescribir en mi lengua lo que alguien ha escrito en otra.

Un vicio y un oficio en el que se acierta a veces, y se fracasa mil veces también.

Con la poesía de Tomas Tranströmer, me inicié en el arte de traducir. Lo conocí y recibí su aprobación sin pretenderlo apenas. Su generosidad y sencillez me asombraron, sobre todo cuando, a principio de los 80, él era un poeta ya traducido a 30 lenguas. Después, cultivamos una amistad a la distancia que dura hasta hoy...

Para mí, la obra literaria que se convierte en actual e imprescindible, es la que expresa de la mejor manera el momento y el lugar desde el cual se percibe la Historia. Por esta claridad frente a la Historia es que elegí la obra de Tranströmer. La historia de la segunda mitad del siglo XX ha sido asumida por Tranströmer de la manera más lúcida, con la potencia del humanismo más amplio e internacional. Comprometida con el mundo actual es esta obra, que llega a su consagración mundial con el Premio Nóbel de Literatura  2011. Los poetas no son héroes por ser poetas, pero sí son testigos de su época. La poesía emite mensajes concentrados sobre el mundo. Y todo esto lo hace Tranströmer en un verso absolutamente libre.

Panteísmo, animismo, monólogo interior, misticismo sin un dios visible; estas son para mí las claves de la poesía de Tranströmer, que juega todo el tiempo con dos aspectos de la realidad: la naturaleza, con sus transformaciones, tan dramáticas en el clima del Norte, y la cultura, que nos deja sus testimonios, sus monumentos mudos por todas partes. (Hay que recordar aquí que Tomas ha sido siempre, y lo sigue siendo, un apasionado viajero).

En sus imágenes encontraremos a menudo la cita entre las fuerzas naturales del planeta con las corrientes de la cultura, en asombrosas y a menudo cómicas combinaciones. El verdor, el mar, la poesía y la música son sus favoritos.

Como nos dice en el poema “Epílogo” de su primer libro:

Y el viento rasga todo el tiempo su carpa
de nuevo. Un día de verano el viento toma
la jarcia de la barca y arroja la Tierra hacia adelante.
Rema el nenúfar con su pata de rana oculta
en el vientre oscuro de la laguna que huye.

Siempre me impresionó mucho su modo de la solidaridad, que nunca se expresa en el panfleto o el manifiesto, sino en el uso de la metáfora y del misterio. Sus imágenes, herederas de la gran poesía europea del siglo XX, se despliegan en un mundo que se ha vuelto comprensible en muchas lenguas. Su acción es la acción poética, lejos de toda ceremonia. Y además, mantiene el humor y la ironía, como resguardo contra la solemnidad. La brevedad de su obra es asombrosa. En un volumen de 500 páginas caben todos sus títulos.

Hay que saber leer entre líneas para recibir este humanismo y esta defensa de la naturaleza que nos llega sin manifiestos y sin ideologías. Hay que saber también leer allí su más grande rechazo a todo despotismo.

Lo divino roza a una persona y enciende una llama
pero luego se retira.
¿Por qué?
La llama atrae las sombras, éstas vuelan crepitando y se funden
            con la llama
que sube y se ennegrece. Y el humo se extiende negro y
            estrangulador.
Al final, tan solo el humo negro; al final, tan solo el devoto
            verdugo.

El devoto verdugo se inclina hacia adelante
sobre la plaza y la multitud, que forman un espejo rugoso
donde puede mirarse.

El mayor fanático es el mayor escéptico. Él no lo sabe.
Él es un pacto entre dos
según el cual el uno tiene que ser visible al cien por ciento y el
            otro invisible.
¡Cómo odio la expresión "cien por ciento"!

En el caso de un contemporáneo como Tranströmer, y de su traducción al castellano, el traductor podrá a primera vista creer, por la cercanía histórica, que tendrá una tarea fácil, deslizando su malla de sentidos y equivalencias sobre el texto del poeta. Un mundo contemporáneo debería ser más comprensible que un mundo antiguo y remoto. Pero no es así, sin embargo. Se trata de un viaje en lo contemporáneo, pero un largo viaje al fin. En mi caso, el viaje de un latinoamericano hispanohablante inmerso en una cultura totalmente diferente, como la escandinava.

El caso de Tomas Tranströmer es el de un poeta proveniente de un pequeño país de herencia monárquica pero al mismo tiempo abanderado, durante el siglo XX, con las consignas de la igualdad y la solidaridad. Un país que ha evitado durante siglos la guerra a toda costa.

El poeta advierte, anuncia, intuye:

Una escultura expuesta en el espacio:
solo, en medio de la estancia, un caballo.
Mas al principio no lo percibimos
atrapados por todo aquel vacío.

Más tenues que el susurro de un molusco
en la ciudad se oían ruidos y voces,
iban girando en la sala desierta,
murmurando, en busca de un poder.

Esto fue escrito en el legendario país de los vikingos, y también el país de la vanguardia literaria encabezada por el gran Augusto (que ya tiene nombre español) Strindberg. Al menos eso parecía ser Suecia, a partir de la mitad del siglo pasado, a los ojos de un recién llegado. La Suecia neutral. Un socialismo con rostro humano, un capitalismo humanista... Un mundo de herencias y valores muy diferentes a los de un refugiado político de una dictadura sudamericana en un país monoproductivo, elitista y auroritario como Uruguay, que llega a esta zona del Norte de una manera súbita y compulsiva.

Tranströmer, a partir de los años 80, reacciona contra la deshumanización de la sociedad sueca, y contra el imperio del capitalismo, que derriba monumentos históricos y destruye la naturaleza sin otra motivación que la acumulación de capital. Y así sigue siendo hasta el presente. Sería interesante que Tomas pudiese escribir hoy y opinar sobre la evolución de Suecia; de país neutral y abanderado del “socialismo” hasta transformarse en país participante en ocupaciones y bombardeos de la OTAN, con la que colabora sin siquiera ser miembro. De ser el país ejempo de paz pasó a ser uno de los mayores de exportadores de armas a dictaduras como Arabia Saudita...

Pero, ¿cómo lograría traducir y publicar Tranströmer este joven poeta sudamericano? Aquí citaré una anécdota que publiqué a fines del año pasado en el suplemento El País Cultural de Montevideo:

A principios de los años 80, recién llegado a Suecia, hablando con mi compañera sueca de entonces, le dije:

–Hay un poeta sueco que me gusta mucho: se llama Tomas Tranströmer.
Ella, que era muy joven y no era gran lectora de poesía, me dijo:
–Ah, Tranströmer. Es un poeta muy conocido. Fijate que hasta lo han citado en los noticiarios de televisión... A cada rato se gana un premio. Para mí es un poco denso.

Ella prefería a los poetas trovadores (Dan Andersson, Mikael Wiehe, Cornelis Wreeswijk), a los que había conocido bien cuando era okupa en Estocolmo.
–¿Sabés? Hay un poema de Trasntrömer que quisiera traducir. Podríamos publicarlo en Saltomortal (que era una revista bilingüe que editábamos por ese tiempo)... Pero creo que sería más serio pedirle autorización. No sé cómo funciona el asunto de los derechos en Suecia.
–¿Cómo funciona? Llamalo por teléfono y preguntale...

Y así, en un contacto directo, fue que recibí la cálida respuesta junto a la visita de Tranströmer que me autorizaba a traducir sus poemas. Y el poeta me dijo: “Siempre he deseado conocer Montevideo, ese “otro monte” donde nació el Conde de Lautréamont”.

Y así comenzó este largo viaje que no ha sido solamente entre lenguas lejanas entre sí, sino también a través de los años y de las culturas.

Dejando de lado los poemas que publiqué en revistas y periódicos, primero fue un volumen en Montevideo, Ediciones de Uno, que prologó Louise von Bergen, y que titulé El bosque en otoño, en 1989. Luego se publicó un volumen que se llamó Para vivos y muertos, en Madrid. En 1998 le hicimos un homenaje en la ciudad de Malmö, en el que leímos el poema Abril y silencio en 7 idiomas... y publicamos un cuaderno bilingüe, en español en en persa, en versión del poeta Mohammed Hezareh Nia. Luego, publicamos un librito bilingüe con jaicús (aún inéditos en sueco) en Montevideo, en Ediciones Imaginarias. Para culminar en 2010 y 2011 con la obra completa, totalmente corregida y que es la única versión autorizada: se trata de los volúmenes El cielo a medio hacer y Deshielo a mediodía, de Nórdica Libros.

En la obra de Tranströmer, la diferencia cultural y geográfica resulta un abismo a transitar; exige un desplazamiento por los contextos culturales, las geografías y los climas: un viaje tan complicado como los viajes en el tiempo.

Alguna vez, un colega me advirtió sobre el supuesto riesgo de traducir, que consistiría en la posibilidad de dejar de lado u opacar la producción propia. Pero ¿hay mejor traductor de poesía que un poeta? Si no lo hacemos nosotros, ¿en manos de quién quedaría esta delicada tarea? La traducción ha sido para mí un largo  viaje enriquecedor, un viaje de aprendizaje, un diálogo con otros poetas.

Si cuando empecé a traducir tenía alguna experiencia que pudiese ayudarme en la tarea, era el oficio de poeta. Mi trabajo como traductor ha sido siempre autodidacta, sin textos teóricos de por medio ni educación universitaria en el campo de la traducción; esto si dejo de lado mis estudios de lingüística en el Instituto de Profesores Artigas de Montevideo y los cursos de Literaturas Nórdicas en la Universidad de Estocolmo. Esos estudios me ayudaron a tener conciencia del carácter técnico de la traducción y de la importancia que ella tiene en la tarea de transmisión y conocimiento entre diferentes contextos culturales.

Entré a la selva de la traducción casi por casualidad y casi por terapia de un exilio prolongado en Suecia, una tierra que sentía al comienzo fría y remota. Traducir fue una manera de descifrar sus claves, sus tradiciones y sus costumbres. Para un poeta, traducir en los ratos libres, es un excelente ejercicio. Siempre que de esta tarea no se ponga uno a hacer literatura propia, porque entonces lo estropea todo. Hay que tener la capacidad de prestar el propio intelecto y la propia creatividad al texto original y ponerse a disposición de un texto ajeno, que al final también se hace propio. Como escribiese Ingmar Bergman sobre el trabajo artístico: "Hay que aprender a matar los amores". La traducción se constituye así en género literario.

Fue mi propia curiosidad de poeta la que me llevó a asomarme a este mundo de la traducción, que es un mundo de escritura de otros. De no estar elaborando una obra poética propia, no me hubierse interesado traducir. Traducir es como leer, pero con cuatro ojos.

Y si el poeta intenta buscar la manera de decir algo sobre lo que sucede en el mundo, de dar un sentido a sus percepciones, también el traductor de poesía (que también es un escritor, aunque escritor paralelo al fin) intentará, de la misma manera apasionada, producir esa versión, esa transcreación (como la llamase el poeta y semiótico brasileño Haroldo de Campos) que esté centrada en una esencial fidelidad al texto, una fidelidad lograda a fuerza de paralelismo del sentido y de la forma. El traductor trabajará en crear un nuevo modelo que pueda ser puente entre el autor de la lengua original y el lector de la lengua de llegada.

Quiero recordar que Tranströmer también es traductor y publicó un volumen con sus traducciones en 1999.

En ese callejón que corre entre los dos textos –entre lengua original y lengua de llegada–, en esa zona confusa donde el decir algo puede convertirse fácilmente en el no decir nada o en decir lo que no dice el texto original, allí se ubica el traductor.

Aquí me gustaría recordar el tema del desplazamiento hermenéutico, formulado por George Steiner, según el cual existen las siguientes etapas: la confianza preliminar, es decir la lectura desprevenida del texto que se va a traducir; la agresión, que es incursiva y extractiva, el lector deja de ser desprevenido y se vuelve selectivo; la incorporativa en la que se realizan importaciones de significado y forma, el lector se va transformando en traductor; y la restitutiva, que implica la creatividad y juicio del traductor inmerso ya en la aventura de la transferencia.  De esta manera, Steiner nos propone una manera de abordar la reflexión sobre la traducción que es diferente de las  repetitivas oposiciones traducción literal / traducción libre.

Pienso que así, paso a paso, se llega a la traducción, que es un sustituto del texto original, y por eso se constiuye en un dominio similar al del género literario. La traducción literaria es un modo de creación, un territorio independiente. El traductor es un escritor que trabaja en base a la transferencia cultural. Es decir, ejerce una manera más de la escritura creativa, fictiva, literaria. Las traducciones son una especie de escritura fantasma, una escritura en negativo que, inevitablemente, conservarán la manera, las marcas de estilo, las opciones del traductor, que de este modo se convierte en un escritor peculiar.

He aprendido que no hay traducciones de poesía satisfactorias, pero tampoco privilegiadas: si somos honestos, habrá tantas traducciones posibles de un poema, como lectores atentos del original pueda haber.

Si el texto poético es equivoco por naturaleza, la traducción debe mantener la equivocidad también. Las variantes de un texto a las que llegamos con participantes de mis talleres, todas son dignas y fidedignas, aunque todas podrían discutirse, por alguna razón. Porque toda traducción es una máscara, una versión que nos acerca al original, nos pasea por las cercanías, pero tan solo esto.

Así me sonó a mí la introspección de la esperanza de Tranströmer en mi castellano rioplatense:

HEREDÉ un bosque oscuro al cual rara vez voy. Pero llegará el día en que muertos y vivos cambien de sitio. Entonces, el bosque se pondrá en movimiento. Aún nos queda esperanza. A pesar del trabajo de numerosos policías, el crimen más grave queda sin resolver. Del mismo modo, hay en algún lugar de nuestras vidas un gran amor sin resolver. Heredé un bosque oscuro, pero hoy camino por otro bosque, el claro. ¡Todo lo viviente que canta serpea se sacude y repta! Es primavera y el aire es muy intenso. Me he graduado en la universidad del olvido y tengo las manos tan vacías como la camisa que cuelga en la cuerda.

También he aprendido que no hay mejor lectura que la que se enfrenta al verdadero original, hábito corriente en el lector sueco, que normalmente lee en inglés, y cada vez más en español, que ya es la tercera lengua de Suecia. Lamentablemente, esta lectura directa de otras lenguas es muy poco frecuente en América Latina, porque los recursos para educación son siempre insuficientes. Los pocos privilegiados que allí pueden estudiar en una escuela bilingüe, ellos tienen la chance de lectura directa de inglés, francés, alemán... Por todo esto, la enseñanza de lenguas y la formación de traductores en América Latina debería ocupar un lugar muy importante en todos los niveles de la educación. Desgraciadamente no es así, por razones de desigualdad mundial.

Agregaré con todo respeto que en España, después de aquella famosa traducción de Cortázar que llevaba la leyenda: “traducción al argentino”, las puertas han estado bastante cerradas para los traductores latinoamericanos. Los procesos de producción del libro en castellano han llevado a una situación de total dependencia de las traducciones peninsulares.

Las multinacionales del libro españolas han adquirido, en las últimas décadas, muchas casas editoriales de América Latina. Los libros se imprimen y distribuyen en América, pero las decisiones editoriales sobre qué libros han de publicarse o traducirse, se toman en Madrid o Barcelona. Situación injusta, por no decir anómala, para no hablar directamente de colonialismo cultural...

Los traductores latinoamericanos, con todo el derecho de traducir a las variantes del castellano que han heredado, están a la espera de que España sea más receptiva a su trabajo, así como los Centros de Cultura de España del continente realizan la excelente labor de aceptar y estimular estas variantes de una lengua madre común.

Por esto ha sido un honor y un privilegio, pero ante todo un placer, dar a conocer mis versiones de Tomas Tranströmer en Ediciones Nórdicas de Madrid 1), en esta editorial dirigida por su audaz director, Diego Moreno. Aunque yo no le perdone que me haya obligado a escribir los puntos cardinales con mayúscula, como es costumbre en España, y que no me haya permitido escribir la palabra jaicú como suena en español, con jota y con ce...

Y así pudimos leer, en todo el gran ámbito de la lengua castellana, la declaración de amor de Tranströmer:

EL lución, lagartija sin patas, fluye a ras de la escalera del zaguán
calmo y mejestuoso como una anaconda; la diferencia es
            solamente el tamaño.
El cielo está cubierto pero el sol irrumpe. Así es el día.

Esta mañana, mi amada ahuyentó a los malos espíritus.
Como cuando uno abre la puerta de un oscuro cobertizo del Sur
y la luz lo invade
y las cucarachas salen como flechas rápido rápido hacia los
            rincones y suben por las paredes
y ya no están —uno las vio y a la vez no las vio— :
así la desnudez de mi amada hizo huir a los demonios.

Agradezco a la Cátedra Vargas Llosa, al Instituto Cervantes y a la Fundación Caballero Bonald, la invitación a participar en este Homenaje a Tomas Tranströmer, Premio Nóbel de Literatura 2011, el poeta y el amigo entrañable. También tengo que presentar aquí mi agradecimiento, un tanto tardío, a Louise von Bergen, profesora de Literaturas Nórdicas en la ciudad de Montevideo y a Francisco Uriz, pionero de la traducción al castellano de las letras escandinavas.

Gracias a todos por alentarme en mi trabajo.
                             

                                                                                                Malmö, abril de 2012


1)El cielo a medio hacer, Nórdica Libros, Madrid, 2010;
Deshielo a mediodía, Nórdica Libros, Madrid, 2011

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