viernes, 2 de agosto de 2013

El «desafío» austral (III)

Tercera y última entrega del artículo de Juan Jesús Zaro, incluido como Capítulo 4 del libro Traducción, política(s), conflictos: legados y retos para la era del multiculturalismo (Granada: Comares, 2013). de M. C. C. Vidal Claramonte y M. R. Martín Ruano (eds.). En esta parte se habla del comienzo de una nueva etapa y de un posible déficit de credibilidad de la marca España, también del desinterés español por el estudio de la historia de la traducción hispanoamericana y, en particular, argentina. Finalmente, y no podía ser de otra manera, surge el tema económico y sus alternativas.

El «desafío» austral: las relaciones entre
las industrias traductoras argentina y española
(III)

Hasta el momento, la industria traductora española, y con ella sus traductores, detentan la exclusividad de traducción de las obras de ficción, sobre todo de la más reciente y, por ende, actúan como «consagradores» de escritores y obras extranjeras en todo el universo hispanohablante, la misma labor que desempeñó la industria argentina cuando Buenos Aires fue el centro de la la traducción literaria al español (Larraz 2010: 86).

Si nos encontramos, por tanto, en los albores de una nueva etapa, convendría analizar cuáles son sus causas. Por un lado, el reciente cuestionamiento de las traducciones procedentes de nuestro país sería una señal más del cacareado «déficit de credibilidad» de la marca España, en este caso de una de sus industrias más exportables.

En otras palabras, del progresivo debilitamiento de España como referente cultural o, si se prefiere, del deseo de los argentinos de reconstituir la relación con nuestro país en términos de igualdad. Pero también podría leerse como una reacción más del nacionalismo cultural tan tradicional en Argentina desde los tiempos de Sarmiento y Gutiérrez y todavía tan presente en la sociedad actual, deseosa de reafirmar su condición de país emergente y de prestigiar en todo lo posible la variedad lingüística rioplatense para convertirla en lengua de cultura, a la misma altura que el «castellano peninsular», que, de momento, sigue siendo el modelo «culto» para el resto de países de la América hispana, y que no ha sido, de momento, desbancado. Y cito aquí las palabras de Bourdieu (1985), quien señaló que la legitimación de la lengua estándar no sería posible sin la aquiescencia de la población a que se dirige la planificación, cuya complicidad es imprescindible para perpetuar las relaciones de poder.

No se trata tampoco de nada nuevo en la historia cultural de Argentina. El poeta Juan María Gutiérrez, citado por Catelli y Gargatagli (1998:365), decía en 1837 en Buenos Aires:

Nula, pues, la ciencia y la literatura española, debemos nosotros divorciarnos  completamente con ellas, emanciparnos a este respecto de las tradiciones peninsulares, como supimos hacerlo en política, cuando nos proclamamos libres. Quedamos aún ligados por el vínculo fuerte y estrecho del idioma; pero éste debe aflojarse de día en día, a medida que vayamos entrando en el movimiento intelectual de los pueblos adelantados de la Europa. Para esto es necesario que nos familiaricemos con los idiomas extranjeros, y  hagamos constante estudio de aclimatar al nuestro cuanto en aquéllos se produzca de bueno, interesante y bello.

Y Borges, citado por Waisman (2005:23), señalaba más o menos un siglo más tarde: «La historia argentina puede definirse sin equivocación como un querer apartarse de España, como un voluntario distanciamiento de España».

Esta es una diferencia notable con el nacionalismo quebequés, que reivindica, aún con grandes matices, el papel de la metrópoli y hasta su intervención política frente al Canadá anglófono. Podría decirse, como señaló en su momento Annie Brisset con respecto a la postura más ortodoxa del nacionalismo de Québec, que esta actitud refuerza el aislacionismo y la falta de curiosidad hacia todo tipo de alteridad. Sin embargo, desafortunadamente, este es también, en el fondo, el mismo tipo de comportamiento que se puede achacar a las decisiones editoriales tomadas en España desde hace mucho tiempo, que han pasado por alto, o no han hecho prácticamente nada, por oír las necesidades del público lector del otro lado del mar. Es también sintomático, a este respecto, comprobar los escasísimos estudios e investigaciones académicas desde España sobre la historia de la traducción en Hispanoamérica, las traducciones hispanoamericanas y argentinas, en particular, y sus relaciones entre sí y con nuestro país, desde una perspectiva sociológica. Este «desafío», o expresión de resistencia, como hemos dicho, es un fenómeno singular, que de momento se circunscribe a Argentina, pero que podría extenderse a otros países hispanoamericanos decisivos, como México o Colombia.

Por otro lado, desde un punto de vista comercial, Argentina constituye un mercado importantísimo para la industria traductora de España, un aspecto de la política cultural y editorial española al que pocas veces se alude (11). El bloqueo de libros de importación que se ha mencionado antes está claramente relacionado con este asunto. Según una nota aparecida en la página del Club de traductores literarios de Buenos Aires (edición del domingo 2 de octubre de 2011) las ventas de libros traducidos en España en Argentina hasta el mes de agosto de dicho año ascendían a 32 millones de euros. Hay también, por tanto, en la postura nacionalista recién descrita, una motivación económica indudable. La industria editorial argentina quiere renacer, y con ella la traducción y los traductores, y rescatar a su propio público lector, sometido, según las opiniones más radicales, como hemos visto, a un proceso intolerable de «colonización» lingüística inapropiado para la época que vivimos. Ya se han oído voces en los blogs y páginas web citados que abogan por la compra de derechos de traducción de obras extranjeras, sobre todo de obras de ficción, por parte de las editoriales argentinas; algo que sólo podrán hacer si sus presupuestos, y las editoriales españolas, siempre que mantengan su actual potencia económica, se lo permitan. Esto tampoco es una novedad: en el primer congreso de editores de América Latina, España y Portugal, celebrado en Buenos Aires en 1947 (Larraz 2010: 171), se propuso que los derechos de traducción y autoría resultasen indivisibles para todos los países de habla española, lo que, en aquellos momentos, hubiera favorecido especialmente a la industria argentina.

El otro asunto por resolver sería el carácter de las traducciones hechas en Argentina. La primera modalidad de traducción descrita por Willson (traducir a la variedad  rioplatense) no parecería una solución totalmente satisfactoria y, de hecho, hoy en día es practicada de forma minoritaria (Fólica y Villalba 2011: 260). Su ámbito estaría naturalmente limitado a Argentina y a Uruguay, un territorio demasiado estrecho que, además, aislaríaal país del Río de la Plata del resto de Sudamérica. La alternativa, traducir a un castellano «cuidado y neutro», al estilo de las traducciones de los cuarenta y cincuenta, que es, en realidad, lo que las editoriales argentinas llevan intentando hacer desde hace muchos años (12), obtendría, con toda seguridad, una mayor proyección. A diferencia de España, donde, al menos en la traducción de novelas, no se cuestiona en la práctica el uso de la variedad nacional, los traductores argentinos se mueven desde hace tiempo, sobre todo en géneros como el ensayo, en un terreno «desterritorializado» impulsado desde las editoriales con el objetivo de ampliar sus cuotas de mercado, especialmente en Sudamérica.

En todo caso, la posibilidad de que se imponga el criterio de fluidez (Venuti 1995) sobre todos los demás y se terminen haciendo dos versiones de la obra traducida, una para España, en castellano «peninsular», y otra para Latinoamérica, en castellano «neutro», no parece desearla nadie. Pero, para evitarla, editoriales y públicos de ambos lados del Atlántico tendrían que ser en el futuro menos refractarios a las traducciones procedentes del otro lado del mar, y también a proyectos «híbridos» al estilo del de «Shakespeare por escritores» (13). Quizá, también, habría que replantear la idea de un espacio comercial único para el libro en lengua española que incluyese los derechos de traducción y la  distribución de obras traducidas. En todo caso, sea lo que depare este futuro, lo cierto es que España y su industria traductora no pueden continuar en su ensimismamiento con respecto a este y otros fenómenos contemporáneos. El «desafío» planteado desde Argentina, aunque pueda parecer más ruido que nueces, requiere una respuesta, y ésta no puede ser ni el silencio ni el desdén, enseguida interpretados desde allí, sin mucho fundamento, como arrogancia, imperialismo, más económico que cultural, o un anticuado afán colonizador.

Como señalaba Nora Catelli (2012) en la reseña del libro Otras Asias de Spivak, en el colapso de su imperio, en los inicios del siglo xix, España conservaba el poder, pero no la autoridad, a diferencia de Francia y Gran Bretaña en el ocaso de sus respectivos imperios coloniales. No la recuperó, y a pesar de los arrestos, un poco patéticos, del panhispanismo actual, ya no puede recuperarla, ni tiene por qué. Argentina, cuyo «campo» literario, en términos de Bourdieu, ha sido siempre relevante en relación con el de otras literaturas nacionales sudamericanas y está dotado de una fuerte idiosincrasia propia, estaría buscando legítimamente una mayor autonomía y simetría con respecto al español, hasta ahora excesivamente determinante en el subcampos específico de la traducción. Si, hasta ahora, España ha detentado en este espacio una posición predominante, sin competencia, al menos en cuanto a los números se refiere, aspectos como la debilidad económica que parece estarse instalando en nuestro país, el incuestionable carácter «transnacional» del castellano, el ya mencionado «déficit de credibilidad» de la «marca» España, los nuevos formatos de edición electrónica, que rompen con los canales de distribución tradicionales, y la presunta falta de sensibilidad o empatía de los editores y traductores de nuestro país hacia el público no español, son elementos que habrá que examinar y sopesar a la hora de rediseñar el futuro de la industria traductora de España.


NOTAS:
(11) Sin embargo, Argentina, que recibe el 6,2% del total de libros exportados desde España, no es el primer receptor de libros españoles, sino el quinto, tras Francia (que recibe el 25,5%), Portugal (el 10,00%), México (el 12,1%) y Reino Unido (el 8,4%). Los libros importados de Argentina a España constituyen sólo el 0,5 del total, aunque debe tenerse en cuenta que muchos títulos traducidos en España se imprimen en Argentina o en países cercanos, por lo que no constan en España como exportaciones. Son datos de 2010 del Anuario de Estadísticas Culturales publicado  on line  por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España.

(12) Véase el trabajo de Laura Fólica y Gabriela Villalba, «Español rioplatense y  representaciones sobre la traducción en la globalización editorial», citado en la bibliografía.

(13) Iniciativas como la impresión en España de obras de ficción clásicas traducidas y  editadas en Argentina contribuirían a ello. Un ejemplo reciente es la edición española del Retrato del artista adolescente de James Joyce traducido por Pablo Ingberg y publicado por Losada en enero de 2012.

BIBLIOGRAFÍA
Bourdieu, Pierre. (1985) ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos. Madrid: Akal.

Castro, Américo. (1971) Iberoamérica, su histori y su cultura (cuarta edición). Nueva York: Holt, Rinehart and Winston.

Catelli, Nora. (2012) «Es el imperio, estúpido/a». Reseña a Otras Asias de Gayatri Chakravorty Spivak. Babelia. Suplemento cultural de El país. 17-03-2012, p.15.

Catelli, Nora y Marietta Gargatagli. (1998) El tabaco que fumaba Plinio. Barcelona: Ediciones del Serbal.

Diego, Jose Luis de. (2004) «Políticas editoriales e impacto cultural en Argentina (1940-2000)». En: Congreso internacional de la lengua española de 2004 (Rosario). http://congresosdelalengua.es/rosario/ponencias/internacional/diego_j.htm.
 Última consulta: 11-03-2012.

Fólica, Laura y Gabriela Villalba. (2011) «Español rioplatense y representaciones sobre la traducción en la globalización editorial». En: Andrea Pagni, Gertrudis Payàs y Patricia Willson (coordinadoras) 2011. Traductores y traducciones en la historia cultural de América Latina. México: Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 251-266.

García, Eustasio Antonio. (1965) Desarrollo de la industria editorial argentina. Buenos Aires: Fundación interamericana de bibliotecología Franklin.

Larraz, Fernando. (2010) Una historia transatlántica del libro. Relaciones editoriales entre España y América latina (1936- 1950). Gijón: Trea.

Pomeraniec, Hinde. (1999) «Nuevas palabras para Shakespeare». Ñ. Revista de Cultura.
12/12/1999. http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/1999/12/12/e-00311d. htm. Última consulta: 6/12/2012.

Pym, Anthony. (1998) Methods in Translation History. Manchester: St. Jerome.

Rama, Ángel. (1982) Transculturación narrative en América Latina. México: Siglo XXI.

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Senz, S. y M. Alberte, eds. (2011) El dardo en la Academia. Barcelona: Melusina. Valle, José del. (2011) «Política del lenguaje y geopolítica: España, la RAE y la población latina de Estados Unidos». En: Senz, S. y M. Alberte (eds.) 2011). El dardo en la Academia. Barcelona: Melusina. pp. 551-590.

Venuti, Lawrence. (1995) The Translator’s Invisibility. Londres: Routledge.

Waisman, Sergio. (2005) Borges y la traducción. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, editora.


Willson, Patricia. (2004) La constelación del sur. Buenos Aires: Siglo XXI editores.

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