jueves, 22 de agosto de 2013

Perplejidades e incoherencias

Que los latinoamericanos nos quejemos de las ínfulas y las burradas de la Real Academia entra en las generales de la ley. Que los españoles, poco a poco, hagan lo mismo, indica a) un muestra de salud y b) un claro síntoma de que la institución está meando largamente fuera del tarro. Con el monumental El dardo en la Academia. Esencia y vigencia de las academias de la lengua española, Silvia Senz Bueno y Monserrat Alberte ya lo pusieron en evidencia. Pero alegra saber que, de tanto en tanto, El Trujamán (vale decir, el Instituto Cervantes) publica columnas tan atinadas como la del traductor español David Paradela López, del 8 de agosto pasado. Ésta ha sido ampliada un día después en el blog Malpartiana, que él mismo administra: 

http://malapartiana.wordpress.com/2013/08/09/r-de-rae



Traducir a la letra: R de RAE

Vaya por delante que quien esto firma se declaró hace años insumiso a la nueva Ortografía de la Real Academia Española, lo cual tiene su gracia cuando se traduce para el mercado libresco, ya que el criterio ortográfico de cada editorial es el que prevalece en última instancia, por encima del de la RAE y, por supuesto, del de uno mismo. Vaya también por delante que no siendo mi terreno el de la norma lingüística, mis observaciones habrán de limitarse a los problemas recurrentes que nos han llevado a muchos profesionales a renunciar a la autoridad académica en general.

Porque la autoridad, en el sentido clásico, deriva no de la norma y la imposición, sino del crédito que quien la ostenta le merece al público general, y, para empezar, uno no puede dar crédito a una institución que aboga por la unidad panhispánica de la lengua pero divide su patrimonio léxico en dos obras muy distintas: el Diccionario de la lengua española y elDiccionario de americanismos (aunque «carente», éste último, «de propósito normativo»). ¿Debemos entender, pues, que los americanismos no son español? La «Guía del consultor» nos tranquiliza: el diccionario es «diferencial [sic] con respecto al español general». Así, debemos entender, por ejemplo, que bicicross es americanismo, mientras que bululú y perol(acepción segunda) son español general… aunque en tal caso ¿por qué elDRAE les añade la marca «Ven.»? Ah, y las definiciones de cantinflas, por si no lo sabían, son distintas en una y otra obra.

Centrándonos en el DRAE, uno no puede dar crédito a un diccionario que (con o sin razones, por descuido o por principio) no admite palabras de uso común, y no, no me refiero al vocabulario de las (ya no tan) nuevas tecnologías: la Academia puede anunciarnos a bombo y platillo que ya «se puede» decir blog, pero uno se pregunta ¿qué hacemos con setter (¿séter?), bóxer (el  perro)  intifada,  yakuza,  moussaka (¿musaca?)  o złoty? Es el mismo diccionario, que con su atávica aversión al extranjerismo parece querer condenarnos a escribir eternamente con cursivas palabras que ya son patrimonio del español y que difícilmente dejarán de serlo, comoapartheid, bungalow, curry o el famoso whisky (batik, en cambio, pueden ustedes escribirlo de redonda con total tranquilidad).

La aversión al extranjerismo léxico tiene su justa correspondencia con la aversión al extranjerismo ortográfico. El castizo criterio académico recomienda, verbigracia, escribir cuark en vez de quark. El razonamiento con que la nueva Ortografía sostiene su decisión es tal vez impecable desde el punto de vista normativo («la letra q solo tiene uso como elemento integrante del dígrafo qu para representar el fonema /k/ ante las vocales e, i»), pero contraviene el uso extendido en la «lengua culta y común de nuestros días», que se supone es su modelo. (El razonamiento, dicho sea de paso, aparece en la Ortografía, pero no se refleja en el diccionario; no, tampoco el de dudas).

Lo de la impecabilidad de los razonamientos depende a veces del punto de vista. El ejemplo de la supresión de la tilde en sólo y los pronombres demostrativos es paradigmático. La Academia cree que estas palabras no cumplen «requisito fundamental que justifica el uso de la tilde diacrítica, que es el de oponer palabras tónicas o acentuadas a palabras átonas o inacentuadas formalmente idénticas», y por eso opta por suprimirla. Los casos de duda «pueden resolverse casi siempre por el propio contexto»; los demás «son raros y rebuscados, y siempre pueden evitarse por otros medios, como el empleo de sinónimos […], una puntuación adecuada, la inclusión de algún elemento […] o un cambio en el orden de palabras». Dicho de otro modo: no dejen que la realidad estropee la perfección de la teoría.

Perplejidades e incoherencias como éstas —espigadas al azar a partir de la práctica diaria de la traducción— dan, creo, una ligera idea de por qué son tantos los profesionales de la lengua que utilizan las obras académicas poco más que para confirmar sus miedos («¡No, eso tampoco “puede” decirse!»), cerrarlas y no hacer mucho caso.

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