miércoles, 25 de marzo de 2015

Se publica en Ecuador una nueva traducción de la poesía de Pasternak

Mercedes Mafla (Latacunga, 1966), profesora de literatura de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y ensayista, publicó en la revista Alkmene. Literatura y traducción el siguiente artículo, que se apoya en la reciente traducción de Boris Pasternak realizada por Katerina Ignatova.

Boris Pasternak en Quito

Katerina Ignatova nació en la Unión Soviética y fue educada para patinar sobre hielo, hacer gimnasia olímpica, y celebrar, religiosamente, el día del astronauta. Sin embargo, en sus planes de estudios literarios, Boris Pasternak nunca constó. Pero su madre, al igual que miles de rusos, veneraba al poeta y lo conocía de memoria. Incluso quienes lo odiaban políticamente lo leían en secreto. La opinión de Pablo Neruda, a propósito de Pasternak, puede ser un referente de las contradicciones que suscitaba el poeta en muchos intelectuales que profesaban su entusiasmo por el comunismo. Con su tono de papa maledicente de las letras latinoamericanas, Neruda confiesa, como quien le perdona la vida a un condenado: “Pasternak fue un gran poeta crepuscular, de la intimidad metafísica, y políticamente un honesto reaccionario que en la transformación de su patria no vio más lejos que un sacristán luminoso. De todas maneras, los poemas de Pasternak me fueron muchas veces recitados de memoria por los más severos críticos de su estatismo político”.

García Márquez, por su parte, al visitar por segunda vez el país, se sorprende de la enorme popularidad de la que goza el poeta entre los intelectuales soviéticos: “No hubo una conversación con escritores y artistas en la que no se evocara el nombre de Pasternak, siempre sin escondrijos y con la admiración más entusiasta. Pero nadie podía decir en realidad qué era lo que había pasado antes para que fuera repudiado, ni qué había pasado después para que dejara de serlo”.

Desconcierta el comentario del escritor latinoamericano. ¿Qué había pasado para que Pasternak se ganase el odio de las autoridades soviéticas? Todos lo sabemos: escribió El doctor Zhivago, su poesía no podía considerarse, en las décadas anteriores, “soviética”, ganó el Premio Nobel, que no aceptó porque le habría costado un destierro que el poeta, sabía, no podría soportar, y mantuvo inquebrantable su libertad interior en un mundo diseñado para la muerte del arte entendido como manifestación individual. No era poco por aquellos años. Era, más bien, un asunto de vida o muerte. Resulta hipócrita desentenderse de la  persecución en contra de Pasternak; pero García Márquez y sus amigos prefieren mirar a otra parte. Quizá les haya convenido olvidar hechos tan oprobiosos como los cinco años que Olga Ivínskaya, el gran amor del poeta, fue recluida (acontecimiento que Pasternak entendió siempre como una represalia en su contra) o la resolución de la Unión de Escritores, luego del escándalo suscitado en la URSS por la publicación, en Italia, de El doctor Zhivago, y en la que se dice, entre otras cosas: “Apartado desde hace tiempo de la vida y del pueblo, esteta engreído y decadente, B. Pasternak en el presente se ha desenmascarado a sí mismo como enemigo de lo más sagrado para cada uno de nosotros, hombres soviéticos, de la Gran Revolución Socialista de Octubre y de sus inmortales ideas”.

La relación de la madre de Ekaterina con Pasternak era muy diferente: el poeta vivía con ella como una presencia cotidiana y un guía sabio. Un consuelo ante las desventuras, como suelen ser los grandes poetas. Esta hermandad le fue transmitida a su hija. Ekaterina recuerda que las constantes despedidas entre ellas estaban acompañadas con los versos de “Estación”, uno de los primeros poemas de Pasternak (es imposible imaginar a Rusia sin trenes). Ekaterina repite los dos primeros versos en ruso. Según su traducción éstos dirían: “Estación, la caja fuerte / de mis despedidas,encuentros y despedidas.” Su madre fue por años régisseur, es decir, se encargaba de la puesta en escena de las obras teatrales que se presentaban en muchos lugares de la enorme Unión Soviética. También fue crítica teatral. Ekaterina la recuerda como alguien que reconocía la verdad estética. Solía acompañarla a las variadas funciones y viajó en su infancia a lugares tan remotos como Siberia. Ver el mar, como lo hizo tantas veces en la niñez y juventud, para ella es invocar al Pasternak de “Olas” (Segundo nacimiento, 1931) y repetir interiormente unos versos que ahora se ha esmerado en traducir:

Aquí estará todo: lo vivido
y lo que es aún mi vida.
Mis anhelos y mis convicciones
y lo que vi al despertar.

Delante de mí: las olas del mar.
Son muchas. Su recuento es impensable
Son una multitud y fluyen en tono menor.
La marea las hornea como wafles.

En este poemario, y especialmente en el poema “Olas”, formado de trece partes, Pasternak, según Ignatova, transita desde la poesía compleja a la sencilla. Y en ella se percibe la tensión íntima del poeta que lucha por creer en un proyecto ideológico, que de a poco se va volviendo aterradoramente peligroso. Quizá la tentativa de una poesía más clara sea la razón de las particulares dificultades que encierra este largo poema en su traducción. Son las paradojas del lenguaje. El proyecto de traducción le ha llevado años a Ekaterina Ignatova, quien hizo en Ecuador su vida desde hace décadas y en donde se ha dedicado a la enseñanza de literatura y lenguas. Es conocida la enorme dificultad que implica traducir a Pasternak. Max Henríquez Ureña da pistas sobre las razones: “suele valerse de la rima, lo mismo que de la aliteración, para producir raros efectos de sonido […]y los que conocen el idioma ruso señalan además en su poesía el empleo de formas de expresión arbitrarias que a veces desarticulan la sintaxis […] la poesía de Pasternak propicia a las elipsis violentas y a los retorcimientos de expresión”.

La  selección antológica que prepara Ignatova es, desde luego, subjetiva o emocional: treinta poemas amados y bien conocidos. La labor está por concluirse y se sumará a un interés renovado en la poesía del gran poeta ruso. El año anterior Visor publicó la última selección de poemas de Pasternak titulada Días únicos. Antología poética, realizada por José Mateo y Xénia Dyakonova.

Ekaterina Ignatova publicó, años atrás, La desconocida y otros poemas, Selección de poesía y prosa de Aleksandr Blok (Orogenia, 2009). Su traducción fue también el trabajo de años y el resultado de una admiración que comparte con Pasternak. Quizá la traducción del aristocrático poeta del simbolismo ruso haya sido una secreta y meticulosa preparación para emprender su más ardua aventura: trasladar del basto y personalísimo ruso, al español, al poeta tutelar, el asombroso Pasternak. Ella sugiere que la dificultad entre el maestro (Blok) y el discípulo (Pasternak) es muy considerable. Blok es más sencillo, afirma; Pasternak, arduo. Parecería extraño para un lector extranjero, pues ambos tienden a lo diáfano; pero la secreta claridad de Pasternak es exquisitamente elaborada (se me ha explicado, y lo presiento), especialmente en su inasible musicalidad, imposible de trasladarse a otra lengua. Alguien ha sugerido que para iniciarse en este misterio habría que escuchar a Scriabin, amigo e inspirador de Pasternak.  En efecto, he creído entrever en la “fulgurante armonía del Prometeo” (en palabras del propio Pasternak, al referirse a la obra sinfónica de su maestro) el aura misteriosa de la naturaleza rusa y, al mismo tiempo, las sombras de lo humano en las ciudades nacientes y amenazadas que también Pasternak enlazaría, jubilosa y profundamente, en su poesía.

Pasternak (diez años más joven) reconocía cuánto habían aprendido él y sus contemporáneos de Blok. Apreciaba la importancia que éste le daba a la ciudad, la trasfiguración de la prosa en su poesía, su “impetuosidad”; pero, especialmente, su elaboración retórica del secreto. Así representa Pasternak, en uno de sus libros autobiográficos, la simbiosis estilística entre el espíritu de Blok y la circunstancia en la que ésta se escribió: “Adjetivos sin sustantivos, predicados sin sujetos, un juego de escondite […] un proceder a saltos. ¡Cómo se adaptaba este estilo al espíritu de la época, escondido, secreto, clandestino, que apenas asomaba fuera de los sótanos, que se expresaba con el lenguaje de los conspiradores, que tenía como protagonista a la ciudad y, como acontecimiento, la calle!”.

Pero no todos coincidían con Pasternak. En el Moscú de los albores del odio o la revolución, Blok era ya presa escogida por los justicieros que se abrían camino entre las trincheras de la Historia. Pasternak recuerda que una noche el poeta debía realizar una serie de recitales poéticos. Maiakovski le advirtió que un grupo contrario había preparado un “beneficio” para Blok, es decir “un asalto, un verdadero escándalo”. Pasternak se propuso impedirlo, pero llegó tarde. La turba de fanáticos (futuros censores y burócratas de la cultura) habían acusado a Blok, en los peores términos, de infinidad de horrores y especialmente de ser “anticuado y haber muerto interiormente” (¡Ay los revolucionarios de todos los tiempos y su amor por“lo nuevo”!, ¡Como si hubiera algo nuevo bajo el sol!). Blok, por su parte, aceptó calmadamente las acusaciones y las corroboró. Meses después murió decepcionado del bolcheviquismo, aunque sin todavía adivinar el horror que se avecinaba y que sí alcanzó a Pasternak, a una pléyade de grandes artistas y a millones de rusos. Pasternak, al igual que su amiga entrañable, la poeta Tsvetáyeva, le dedicó algunos poemas a Blok. A continuación, el fragmento de uno de estos poemas de Pasternak, traducido por Fernando Gutiérrez:

Pero cuando sobre una gran capital
aparece con esa herrumbre y púrpura el borde del cielo,
algo le sucederá al gran Estado.
Se abatirá un huracán sobre el país.

Blok veía en el cielo estas señales.
El horizonte le auguraba
una gran tormenta, mal tiempo,
una tremenda tempestad, un ciclón.

Blok esperaba esta tempestad y sus sacudidas.
Sus rasgos encendidos,
con miedo y sed de desenlace,
se han grabado en su vida y sus versos.

Es probable que los escritores sigan diferenciándose entre sí en el hecho de que unos creen en el lenguaje y otros desconfían de él. La “simplificación” es borgiana y le sirve al maestro para diferenciar a los clásicos de los románticos de todos los tiempos. Pasternak empieza, como suele suceder (como le sucedió al propio Borges), siendo un desconfiado. A los veinte y tres años publica El gemelo en las nubes (era 1913). Años después calificará el título de pueril, hecho “a imitación de las sabidurías cosmológicas que caracterizan los títulos de los escritos simbolistas y los nombres de sus casas editoriales.” Había, para entonces, abandonado su primer sueño, el de ser músico.  Quiso serlo como su madre, quien había sido una gran pianista, pero supo que no tenía el suficiente oído. Más adelante desistirá también de la filosofía. Se sentía tardío a la temprana edad en que publica su primer libro. No es de extrañar. Pasternak proviene de una familia de artistas judíos. Su padre es un pintor renombrado, cercano a Rilke y amigo y colaborador de Tolstoi (realizó, entre otras, las ilustraciones de la novela Resurrección) y, desde luego, cultor del trabajo entendido como una hazaña cotidiana, rasgo que el hijo, convertido en poeta, emulará, incluso en los momentos de silencio creativo que eran sustituidos por su trabajo (ampliamente alabado) como traductor de los SonetosHamlet, Romeo y Julieta, El Rey Lear, entre otras obras de Shakespeare o del Fausto, de Goethe.

Pasternak confiesa que, en aquellos primeros años de poeta, “trataba de evitar la teatralidad romántica”. Sin embargo, escribe sus primeros poemas bajo un gran abedul que descansaba cerca del río. Lo hace a lo largo del verano. La imagen es romántica, pero los versos aspiran a caminar a la par del presente que se anuncia joven y prometedor. Pasternak hará un mea culpa años después, recordando la inevitable arrogancia: “el sentido de la verdad, la modestia, y el reconocimiento, no estaban de moda entre los jóvenes seguidores de las tendencias artísticas de izquierda, y eran consideradas como una señal de sentimentalismo y debilidad. Lo frecuente era arrugar la nariz, pavonearse, mostrarse insolente […] yo también seguía a los demás”.

No obstante la posterior autocrítica, Pasternak consiguió conmover a exigentes lectores contemporáneos (“Los versos de ‘Éstación’: ‘Alargábase a veces el horizonte en maniobras de lluvias traviesas’, gustaron a Bobrov”, cuenta) y se convirtieron en himnos para muchos lectores futuros. Ekaterina Ignatova es fiel a una costumbre que han asumido, desde el comienzo, sus antologías: empezar con el poema “Febrero” cuyas dos primeras líneas, así como las dos líneas finales, forman parte de una tradición popular entre los lectores rusos. La primavera aparece como tópico del renacimiento, el temblor y la invocación. Transcribo la traducción de Ignatova de las dos primeras líneas “tan citadas y tantas veces interpretadas”: “Febrero. ¡Tomar la tinta y llorar! /  Escribir de febrero sollozando”. Y los versos finales: “Y mientras más casuales, más certeros / se componen los versos a punta de sollozos”.

Quizá en el fragmento siguiente del poema “Festines”, también del primer poemario, puedan sentirse, en español, algunos rasgos más audibles de los experimentos futuristas del primer Pasternak. También usamos la traducción de Ignatova:

Pisos barridos. Sobre el mantel, ni una migaja.
Como beso infantil, tranquilamente respira el verso.
Y la Cenicienta corre, en los días de suerte, en las carretas,
y cuando ya está sin un cuarto, tan sólo corre a pie.

Será gracias a sus primeros poemarios que Pasternak conoce a Maiakovski, poeta destinado a convertirse, para alivio de Pasternak, en el gran poeta del estalinismo. Pero antes de las traiciones y los suicidios, los dos poetas comparten una mutua admiración, aunque atravesada por una reconocida distancia. Quizá por aquello de que el uno estaba destinado a convertirse en un clásico (Pasternak, desde luego) y el otro viviría y moriría como un romántico. O para decirlo en palabras del propio Maiakovski, dirigiéndose a su colega y futuro antagonista: “¡Qué le vamos a hacer! Ciertamente somos distintos. Usted ama el rayo en el cielo y yo en la plancha eléctrica”. Graciosa manera de resumir un viejo asunto: aquel de la devoción por la novedad que ya mencionamos. Se habla de la tendencia (especialmente latinoamericana) a vivir presos del concepto de vanguardia o, lo que se está haciendo aún peor: asociar la idea de vanguardia a lo ideológico por sobre lo estético. La supuesta novedad es la cifra a la que apela cuanta literatura se inclina ante el fetiche de la moda y hace loas a un presente que, así como parece no existir con estabilidad para la física, tampoco existe, sino como una fatalidad o como máscara ineludible, para el arte que apuesta por la trascendencia. El rayo en la plancha ahora resulta un divertido anacronismo. Es el destino de tanta “poesía nueva”. César Vallejo, auténtico innovador de la poesía en español y admirador sincero de Pasternak y de Maiakovski, tenía, ya en 1926, gran claridad sobre el conflicto:

Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras “cinema, motor, caballos de fuerza, avión, radio, jazz band, telegrafía de hilos”, y en general, de todas las voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva […] La poesía nueva a base de palabras o metáforas nuevas se distingue por su pedantería de novedad y, en consecuencia, por su complicación y barroquismo. La poesía nueva a base de sensibilidad nueva es, al contrario, simple y humana y a primera vista se la tomaría por antigua, o no atrae la atención sobre si es o no moderna.

Por alguna alquimia que la historia repite, poetas como Maiakosvski terminan convirtiéndose en símbolos, en banderas de religiones y promesas que no se cumplirán en este mundo imperfecto e infeliz. Pasternak se aparta y más tarde confiesa, a propósito del poeta a quien admiró por sus primeros poemas, pero al que: “No comprendía [por] su celo propagandístico, la integración forzada de sí mismo y de sus compañeros en la conciencia social, la manía asociativa y cooperativa, la sumisión a la voz de la actualidad”. Pasternak romperá con Maiakovski porque su nombre seguía figurando en la revista Lef, en la que había declarado explícitamente que no quería escribir. Una pequeña trampa por la que Maiakovski recibió, de su antiguo colega, una carta definitiva, y años más tarde, un juicio implacable:

El último Maiakovski, a partir de Misterio bufo, fue inaccesible para mí. No logro comprender esas pequeñas frases temáticas de caligrafía toscamente rimadas, esa alambicada vacuidad, ese revoltijo tan chato y artificioso de lugares comunes y perogrulladas expuestos tan artificialmente. Éste, a mi entender, es un Maiakovski nulo, inexistente. Y es extraño que se haya querido considerar revolucionario justamente a un Maiakovski inexistente.

Pasternak era valiente. Stalin había proclamado pocos años antes “dos frases célebres: que la vida comenzaba a hacerse mejor, más alegre, y que Maiakovski había sido y seguía siendo el mejor y más genial poeta de la época”. Pasternak, no obstante, es compasivo con la muerte trágica de Maiakovski, aunque atribuye su suicidio al orgullo. Le dedicará el poema “La muerte del poeta” (Segundo nacimiento, 1931). La lista de muertes por mano propia es pavorosa en la Rusia de Stalin. Pasternak perderá a la querida y admirada amiga Marina Tsvetáyeva, y a su amigo y también poeta Paolo Iashvili cuyas muertes fueron para él, en sus palabras, “el mayor dolor de mi vida”.

La debacle que conlleva la revolución rusa para el arte es incalculable. Destruiría un espléndido renacimiento que no alcanzó a concretarse. No obstante, en sus inicios hay en Pasternak, como en todos, una necesidad de creer. En 1915 el poeta publica Por encima de las barreras. Había vivido un año en los Urales. Ignatova ha traducido uno de los más bellos poemas de aquella época: “Los Urales por vez primera”. En él se siente la fuerza de la descomunal naturaleza, la inmensidad de los bosques y las nieves y, a pesar de las dificultades insoslayables de la lengua, se escucha la voz (siempre autobiográfica) de un hombre conmovido religiosamente ante los misterios del mundo, un hombre que siente optimismo por el destino de la Rusia revolucionaria que se acerca:

Sin partera, en la oscuridad, sin memoria,
sus manos tropezaban contra la noche,
la roca de los Urales bramaba y, cayendo muerta,
cegada por el dolor, paría el amanecer.

Y quién sabe qué moles y gigantes de bronce,
casualmente rozados, se derribaban tronando.
Jadeaba el tren de pasajeros. En alguna parte, espantados,
caían los fantasmas de los pinos.

Casi dos décadas después de aquella primera visita (en 1932), Pasternak regresó a los Urales, invitado por el comité del lugar para apreciar las grandes obras que se construían ahí. Todo había cambiado irremediablemente. Su hijo Yevgueni Pasternak relata la experiencia del padre, quien confesó haberse sentido ante las muestras de “la más vulgar de las estupideces humanas”, y añade:

Pasternak no pudo tomar contacto directo con la realidad, aunque sí comprobó las monstruosas consecuencias de la colectivización, el cinismo descarado de las autoridades. Todo ello puso a Pasternak al borde de la postración. Pasternak mostró sin ambages su indignación a sus anfitriones y regresó a Moscú antes de lo previsto. El enfurecido comité de Sverdlovsk le exigió una compensación por los inútiles gastos que le había ocasionado el poeta invitado.

En 1922 Pasternak había visto salir a su familia del país para ya no regresar. Sólo él y su hermano Aleksandr permanecerán en Moscú. Es el año en el que se publica el poemario Mi hermana la vida (dedicado al poeta Lermontov) y es también el año de su matrimonio con Yevguenia Vladímirovna Lurié. El Pasternak de este poemario es del que Osip Mandelshtam dijo: “Leer los versos de Pasternak es limpiar la garganta, / fortalecer la respiración, / renovar los pulmones: / versos como estos pueden curar la tuberculosis”. Pasternak describió la experiencia de escribirlo como un momento en el que “todo lo que fue nombrado y anotado, todo lo querido y recordado se coloca por sí solo y hace su voluntad”. Marina Tsvetáyeva dijo que de leerlo “nadie querrá siucidarse, y nadie querrá fusilar”. “En ruso es un juego de palabras, ya que suicidarse y fusilar tienen la misma raíz, con diferentes afijos”, me aclara Ekaterina Ignatova).

Pasternak siguió escribiendo hasta el final, a pesar de interludios de doloroso silencio y melancolía. En 1935 asiste al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en París. Intenta ver a sus padres que se habían trasladado a Londres, pero es imposible. Se halla profundamente deprimido. El insomnio lo acosa. Ante los escritores pronuncia estas palabras que lo retratan de cuerpo entero. En ellas se escucha el idealismo de su espíritu, su fe en el poder transformador del arte y su apego a la libertad individual:

Yo comprendo que este congreso de escritores tiene como meta organizarse para hacer resistencia al fascismo. Lo único que podría decirles es ¡no se organicen! La organización del arte equivale a su muerte. Lo único que importa es la independencia personal […] La poesía por siempre tendrá más altura que los afamados Alpes y, al mismo tiempo, es ella la que está bajo nuestros pies, en la hierba. La poesía es demasiado sencilla para ser tema de los debates en las concentraciones; ella será siempre una función orgánica de la felicidad del hombre con su divino lenguaje. Mientras más felicidad haya sobre la tierra, más fácil será ser un artista.

A su regreso a la patria, le espera el “Gran terror”. En 1937 Stalin desoye los pedidos de Pasternak y envía a Mandelshtam a un campo de concentración. Son años atroces, pero el movimiento no se detiene, como no lo hace en el ritmo incesante de la poesía de Pasternak, enamorado de los otoños y las primaveras. Como un niño bendecido, atraviesa un campo minado. ¿Quién le perdona la vida? ¿Stalin, el Dios del cristianismo al que se acerca? Quizá su misma poesía le permite seguir viviendo en el desierto espiritual que le rodea. Él confiesa que se siente feliz de su obra recién a partir de lo que escribe en los años 40. Son los años de la novela de Zhivago y sus poemas, y de los poemarios En los trenes de madrugada (1943) y Espacio terrestre (1945), ambos recibidos muy mal por la crítica de su país. A estas alturas, su fe en el paraíso diseñado por los demonios de Dostoievsky le resulta lejana: “Ahora entiendo que detrás de todo lo que repugna, por su vacío y su vulgaridad, no se esconde nada que lo ennoblezca o lo explique. Lo único que existe es una mediocridad organizada y no hay que buscar nada más. Y si antes yo no tenía miedo, a lo que me es ajeno, mucho menos ahora, que tengo las cosas claras”.

En 1957 publica Cuando se desenfrena, su último poemario, junto a él aparece Un intento de autobiografía. Nuevamente Feltrinelli (el editor que hizo famoso a Pasternak al publicar El doctor Zhivago, hecho que le obligó a salir del Partido Comunista Italiano) será quien difunda este libro del cual he tomado numerosas referencias a propósito del pensamiento del poeta y sus experiencias. En 1960, en Peredélkino (aldea de residencia de los escritores soviéticos) muere Pasternak. El silencio de la prensa es total. Ni una palabra. En la estación de Kiev, en Moscú, alguien cuelga en la pared un tímido anuncio notificando su muerte. Así como en 1958 Pasternak fue expulsado “unánimemente” de la Unión de Escritores; en 1989 fue restablecido también “unánimemente”. “Nada de qué extrañarse, ya que la literatura rusa está acostumbrada a las rehabilitaciones post morten”, sentencia Ekaterina, la traductora.

En uno de los poemas de Zhivago llamado “En Semana Santa”, Pasternak sigue, con sus palabras, el vía crucis de su pueblo en la doliente procesión. Al finalizar se asoma con serenidad y alborozo la luz de una madrugada purificadora. La Resurrección espera ineludiblemente a los justos y a los poetas:

Sobre la multitud    de inválidos del atrio,
deja que se derrame    su nieve el mes de marzo,
como si un hombre hubiese    brotado en el espacio
y poseyera un arca    que hubiese destapado
y todo regalase,  hasta vaciarla.

Hasta el amanecer    se demoran los cantos
y, tras haber llorado   en abundancia,
llegan a los solares    que hay bajo el alumbrado,
de dentro de la iglesia,    en tono quedo y bajo,
los Salmos o la letra consagrada.

Pero habrán de callar,    a medianoche, seres
y criaturas. En cuanto salga el sol
y de la primavera    el eco reverbere,
será posible al fin    derrotar a la muerte
con el vigor de la Resurrección.

BIBLIOGRAFÍA
Ekaterina Ignatova, ”Pasternak en los espejos latinoamericanos”, (artículo inédito), 2011.
Boris Pasternak, La infancia en Liuvers, El salvoconducto, Poesías de Yuri Zhivago, Barcelona, 2000.
Boris Pasternak, “Estación” en El gemelo en las nubes, 1913, traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
Boris Pasternak, “Olas”, Segundo nacimiento, 1931, traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
Max Henríquez Ureña, De Rimbaud a Pasternak y Quasimodo, México, Tezontle, 1960.
Boris Pasternak, Vida y poesía, Barcelona, Editorial Noguer, 1963.
Boris Pasternak, “Febrero” en El gemelo en las nubes, 1913, traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
Boris Pasternak, “Festines” en El gemelo en las nubes, 1913, traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
César Vallejo, “Poesía nueva”, Historia de la Literatura Latinoamericana, Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1984.
Boris Pasternak, “Los Urales por vez primera” en Por encima de las barreras, 1915, traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
Osip Mandelstam, traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
Marina Tzvietaieva, comentario traducido por Ekaterina Ignatova.
Traducción inédita de Ekaterina Ignatova del discurso de Pasternak en París.





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