viernes, 7 de agosto de 2015

El arte verdadero y el mercado del arte



En apariencia, una entrevista con un galerista de arte está fuera de lugar en el contexto de este blog. Sin embargo, como bien dice Hugo Beccacece en la bajada de la siguiente entrevista –publicada por el diario La Nación, de la Argentina, el 12 de julio pasado–, Jorge Mara es mucho más que eso. Su lectura, queremos pensar, constituye una muy buena manera de empezar el fin de semana.

"Los libros me rescataron

de una vida que habría sido muy limitada"


Si se hiciera una encuesta entre los conocedores, aficionados y especialistas, sobre cuáles son las galerías de arte más serias de Buenos Aires, seguramente en todas las respuestas figuraría "Jorge Mara. La Ruche". El caso de su fundador y propietario, Jorge Mara, es muy especial. Lo que lo diferencia de la mayoría de sus colegas es la variedad y la profundidad de sus intereses, además de la actividad que desarrolló en Europa y en los Estados Unidos como marchand y en Madrid como galerista de mucho éxito. Por eso, sus opiniones sobre el arte contemporáneo y el mercado de arte tienen una especial importancia. Mara es un hombre de una sólida cultura artística y literaria. Era muy amigo de Juan José Saer y solía hablar de libros con él como un par al que el escritor escuchaba atentamente. La vasta biblioteca de su casa es el sueño hecho realidad de un lector exigente de la segunda década del siglo XXI.

Mara nació en Montevideo hace setenta años. Su familia era muy humilde y no tenía nada que ver con el ambiente cultural. Es un autodidacta que pudo superar las circunstancias adversas de su origen.

¿Cómo entró en el mundo del arte?
Lo primero que descubrí fue la literatura. Los libros fueron mi salvación. Me rescataron de una vida que previsiblemente habría sido muy limitada. Hasta los doce o los trece años, trabajaba en lo que podía mientras iba a la escuela primaria. Me gustaba mucho el teatro. En la adolescencia me acerqué a un club teatral de Montevideo, donde había gente valiosa. En ese grupo, me empezaron a dar libros de un modo continuado. La literatura me reveló la posibilidad de vivir una existencia distinta de la que llevaba. Así empezó, por ejemplo, la inquietud por viajar. Poco antes de los veinte años, gracias a un amigo, conseguí un pasaje a Europa y me fui. Quería estudiar cine en Italia, en el Centro Sperimentale di Cinematografia, de Roma. Ése fue mi primer destino europeo, pero no pude juntar dinero para poder seguir los cursos. Con todo, el hecho de ser joven y de tener apetencias culturales me abrió puertas. Conocí al director Elio Petri y a su mujer, Paola Petri, que me ayudaron mucho. Tuve trato con gente importante: Bernardo Bertolucci, Pier Paolo Pasolini, Anna Magnani y Franco Zeffirelli, entre otros. De Roma, me fui a Florencia. Allí descubrí la gran pintura. Conseguí trabajo en un hotel. Trabajaba por la noche. Por la mañana, después del desayuno, me iba a la Galleria degli Uffizi: fue mi escuela. Encontré en Uffizzi la felicidad que emana del arte.

¿En qué circunstancias el arte se convirtió en un medio de vida?
Una vez instalado en Florencia, empecé a viajar con más frecuencia y más lejos. Al principio, lo hice por Italia y después por toda Europa. Trabajaba en hoteles y aprendía idiomas a medida que me desplazaba de un país a otro. Como botones del hotel Pont Royal de París, me crucé con un huésped muy especial: Giuseppe Ungaretti, el gran escritor italiano. Había leído sus poesías con pasión. A Ungaretti le sorprendió que yo conociera su obra y me presentó al director de la colección La Croix du Sud, Dionys Mascolo, el marido de Marguerite Duras. En el primer diálogo con él, hablamos de Onetti, Mascolo terminó ofreciéndome trabajo como lector en Gallimard. De modo que pasé del hotel a la editorial. Fue entonces cuando pensé en encarar la compra y venta de pintura como un modo de ganarme la vida. Iba al Hotel Druot, la gran casa de subastas de París. Así aprendí el oficio de marchand: observando. Compraba y vendía obras de pintores latinoamericanos que habían vivido en París; de ese modo constituí un pequeño fondo de capital. Empecé una vida itinerante. Aprovechaba las diferencias de precio de los pintores según los países. Por ejemplo, compraba pintura española del ochocientos en Munich y la vendía a un precio más alto en Madrid. Ese período fue muy intenso. Concluyó con un crac de salud que coincidió con la muerte de mi padre en Montevideo. Esa muerte me golpeó terriblemente. No me había legado nada material, pero me legó mucho en términos de personalidad, de ciertas cualidades que él tenía muy marcadas, de buena disposición, desprendimiento, generosidad. Cuando me recuperé, conocí a la que es hoy mi mujer, Nelly. Me casé, tuvimos hijas e inicié una vida y un trabajo sedentarios.

Al principio lo hizo en Buenos Aires. ¿Por qué?
Por mi familia. Fue en la década de 1980. Abrí una galería y trabajé varios años aquí, pero un poco desengañado por la falta de respuesta inmediata, me volví a Madrid. Allí desarrollé un proyecto que incluía la publicación de catálogos de cada una de las exposiciones. Desde el comienzo quise hacer catálogos de calidad, eligiendo a veces textos literarios; a veces textos críticos. Establecí una relación muy buena con los directores y curadores de museos. Tenía una voz que importaba en el medio artístico. En España, el director del Museo Reina Sofía, el del IVAM, el del Museo de Bilbao iban a mi galería, escuchaban mis sugerencias y me compraban obras. Pero con el correr de los años, me di cuenta de que mi familia quería vivir en Buenos Aires. Entendí las razones y resolvimos regresar. Hice y hago lo que hacía en España, edito mis catálogos lo mejor posible. Entablo relaciones cercanas con los coleccionistas. Siempre me ocupé de obras contemporáneas. En una época, mi registro como marchand había sido grande, pero cuando me establecí como galerista en España trabajé con pintura española de principios del siglo XX; en la Argentina, con pintura argentina de mi tiempo, con pintores vivos, actuales, con los que tengo una relación directa. Ahora acudo a ferias internacionales, donde tenemos una gran acogida.

¿Cuál es la posición del arte argentino en el mercado internacional?
Los artistas nacionales pueden competir muy bien con los de otros países. Tenemos un arte de gran nivel y precios, en relación con los internacionales, muy convenientes, a menudo bajos. Hay un gran porvenir. La gente se está volcando a comprar arte argentino. Eso lo he visto en la feria Basel de Miami, donde van coleccionistas latino y norteamericanos.

En algunas conversaciones, ha hecho una diferencia entre marchand y galerista, dos expresiones que, a menudo, se usan como sinónimos.
El galerista no se ocupa sólo de compra y venta, como lo hace un marchand. La difusión de la obra del artista empieza por la galería que lo representa. El galerista debe tener un espíritu de complicidad con el artista, debe señalarle con claridad y de un modo fundado su opinión sobre lo que éste hace, y respetar sus decisiones. Es bueno que esa complicidad también se extienda a los coleccionistas. Todas las buenas colecciones se hicieron gracias al aporte de un galerista en quien el coleccionista confió.

Usted se ha referido a cierto tipo de tergiversaciones que se han producido en el funcionamiento tradicional del circuito de arte.
Hay hechos que me asombran y me perturban. En el último día de ArteBa, este diario, La Nacion, decía que las estrellas en esa feria habían sido los curadores. En un hecho artístico, la estrella, si es que es lícito hablar así, siempre es el artista, que se juega; después le sigue el galerista, que tiene un proyecto de difusión, arriesga y paga los espacios. El lugar del curador es importante, pero lo acoto.

¿Cuál es el vínculo hoy entre el arte y el mundo del espectáculo?
Enorme. Casi no se pueden separar. No sólo ocurre en el comercio de la obra de arte, en los remates, también sucede en los museos, que hoy son parte del show-business. La presentación de la cosa, el "paquete", termina imponiéndose al valor intrínseco de la obra y facilita la especulación.

Casi cualquier hecho cultural se presenta hoy como un espectáculo. El impacto a veces es tan fuerte que uno se va de una muestra con la impresión de haber visto una gran obra, cuando en verdad ha visto un gran show montado sobre una obra menor. El curador, en ese sentido, quizá tenga el carácter de una estrella, como el mago que dice "nada por aquí, nada por allá, aquí está".
Desde hace unos años, las cosas suceden así, se impone lo que yo llamo el circo del mundo del arte, que funciona mucho en los países desarrollados donde se mueven grandes cantidades de dinero. Antes el curador no existía independientemente del crítico, del director de un museo o de un marchand. De pronto, aparece la idea del curador independiente porque es un buen intermediario entre el marchand, del que se puede sospechar que tiene intereses económicos para promover a un artista, y el director de museo, que no puede atender a todos los registros estéticos. El curador es en ese sentido un especialista que contribuye desde afuera a la difusión de la obra de un artista. Hay otra figura que complica el panorama: el periodista cultural. Algunos de ellos contribuyen a distorsionar este ambiente cuando confunden, a veces interesadamente, el arte verdadero y el mercado del arte.
El arte fue siempre un negocio, pero en los últimos años se ha convertido en un negocio fabuloso que atrajo a importantes inversores. Se puede ganar mucho especulando con los grandes nombres creados para que duren unas temporadas. Las principales casas de subastas funcionan ahora como instituciones financieras que aseguran al vendedor determinada cantidad, que dan créditos y establecen pactos con el comprador. Existe un grupo integrado por inversionistas, coleccionistas, marchands, rematadores, curadores, gente de los museos que operan para que determinados artistas sean protagonistas de cuantiosas ventas que no tienen nada que ver con el valor artístico de las obras. Cuanto más caro se cotiza una obra, más fácil es de vender. Las inversiones son a corto plazo, porque ese espejismo, a la larga, se desvanece. Todo eso no tiene nada que ver con la realidad más periférica de la Argentina que, en ese sentido, por suerte, es muy distinta.

¿Por qué?
Los artistas son más libres: no sufren la tremenda presión del mercado competitivo de los Estados Unidos y de Europa, donde ha aparecido una especie de nueva academia, muy en sintonía con el espíritu reaccionario y conformista de la academia del siglo XIX. Hay un sector en el arte contemporáneo muy oportunista, atento a los requerimientos de una audiencia que se inclina por un arte de fácil comprensión, kitsch o casi kitsch, ostentoso y con pretensiones de trascendencia. Pensemos por ejemplo en Damián Hirst con sus animales que flotan en formol, o su calavera de diamantes. Pensemos en Jeff Koons y sus juguetes para millonarios. Koons es un artista pompier como Cabanel o Bouguereau.
También aquí, por supuesto, la gente, cuando compra, me pregunta: "¿Estoy haciendo una buena inversión?". Les respondo: "Usted está haciendo una inversión que se mide en placer, pero tenga en cuenta que las colecciones hoy más valiosas se han hecho gracias al gusto, guiado por ese placer, al ojo de quien compró y de quien lo aconsejó". En la actualidad, hay muy buenos artistas internacionales que se cotizan cada vez más alto, como Christopher Wool, Gerhard Richter, Sigmar Polke (ya muerto), Albert Oehlen, Richard Serra y Bruce Nauman. Ellos nos demuestran que el arte es necesario porque nos ilumina sobre la vida misma.

¿Cuál es hoy su proyecto?
Desarrollar planes comunes con mis artistas. Ir pensando con ellos en exposiciones temáticas, editar, a pesar de las dificultades. Son muy pocas las galerías en el mundo que editan libros de calidad. No muestro nada que no me guste a mí. No especulo. Expongo cada artista lo más que puedo. No cambio mi cartelera mensualmente como otras galerías. Monto sólo cuatro o cinco exposiciones en el año, además de participar en las ferias internacionales.

¿Y la incorporación de nuevos artistas?
Todos mis artistas están en una etapa intermedia de su carrera o son conocidos. No puedo ocuparme de lo que hoy se llama "artistas jóvenes" porque mi trabajo es muy artesanal. No tengo la estructura para poder acompañarlos. El arte tiene una función educativa importante, y en eso el galerista puede hacer mucho. La compra de una obra de arte no es banal. Hay un aspecto central en una pintura: el misterio. Ese misterio es quizá el de la vida misma.

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