lunes, 19 de diciembre de 2016

Bob Dylan y la aceptación del Nobel de literatura

Lo que sigue es el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 2016, que, en nombre de Bob Dylan, leyó el pasado 10 de diciembre, Azita Raji. embajadora de los Estados Unidos en Suecia, durante el banquete de entrega de los premios de este año. Se ofrece aquí en la traducción de László Erdélyi, director del suplemento El País Cultural, del diario El País, de Montevideo.
  
El discurso que otro leyó

Buenas noches para todos. Reciban mis cálidos saludos los miembros de la Academia Sueca y todos los distinguidos huéspedes presentes.

Lamento no estar presente, pero quiero que sepan que estoy espiritualmente con ustedes y honrado por tan prestigioso premio. Recibir el Premio Nobel de Literatura es algo que jamás pude haber imaginado o advertido de antemano. Desde una edad temprana estuve familiarizado con la lectura, absorbiendo los trabajos de otros que también merecieron esta distinción: Kipling, Shaw, Thomas Mann, Pearl Buck, Albert Camus, Hemingway. Estos gigantes de la literatura cuyas obras se enseñan en las aulas, se alojan en bibliotecas alrededor del mundo y hablan en un tono irreverente siempre me causaron una profunda impresión. El hecho de que yo me sume a semejante lista no se puede explicar en palabras.  

No sé si estos hombres pensaron alguna vez en el honor que implica recibir un Nobel, pero supongo que cualquiera que escriba un libro, o un poema, o una obra de teatro en cualquier lugar del mundo puede albergar ese sueño secreto bien escondido. Tan adentro que quizá no sepan que está allí.

Si alguien me hubiera dicho que yo tenía cierta chance de ganar el Premio Nobel, habría pensado que las posibilidades eran tantas como estar en la luna. De hecho, durante el año en que nací y por unos años más, no hubo nadie en el mundo que fuera considerado lo suficientemente bueno como para ganar este Premio Nobel. Debo reconocer que me encuentro en rara compañía, digo.

Yo me encontraba de viaje cuando recibí estas sorpresivas noticias, y me llevó algunos minutos poder procesarlo de manera adecuada. Comencé a pensar entonces en William Shakespeare, el gran personaje de la literatura. Se reconocía a sí mismo como dramaturgo. La idea de que estaba escribiendo literatura no estaba en su cabeza. Sus palabras estaban escritas para el escenario. Para ser habladas, no leídas. Cuando estaba escribiendo Hamlet, estoy seguro que él pensaba en un montón de cosas diferentes: "¿Quiénes son los actores adecuados para estos roles?", "¿Cómo se debe llevar a escena?", "¿Quiero que esto ocurra en Dinamarca?". Su visión y ambiciones creativas estaban bien claras, pero había un montón de aspectos mundanos a considerar y resolver. "¿Tenemos financiación?", "¿Hay suficientes butacas buenas para acomodar a mis mecenas?", "¿Dónde voy a conseguir un cráneo humano?". Puedo apostar que lo último que podía estar entonces en la cabeza de Shakespeare era la pregunta "¿Es esto literatura?".

Cuando comencé a escribir canciones en mi adolescencia, incluso cuando comencé a recibir cierto reconocimiento por mis habilidades, las aspiraciones para esas canciones no iban muy lejos. Pensé que podían ser escuchadas en cafeterías o bares, quizá más tarde en lugares como el Carnegie Hall o el Palladium de Londres. Si soñaba en grande quizá hasta podía imaginar un disco y luego escuchar esas canciones por la radio. Ese era el verdadero gran premio en mi cabeza. Hacer discos y escuchar las canciones en la radio significaba llegar a grandes audiencias y poder seguir haciendo lo que había comenzado.

Bien, pude seguir haciendo lo que había comenzado y por un largo tiempo. Hice docenas de discos y realicé miles de conciertos a lo largo del mundo. Pero el centro vital de todo lo que hago son mis canciones. Al parecer hallaron un lugar en la vida de muchas personas a través de diferentes culturas, y estoy muy agradecido por ello.

Pero hay una cosa que debo decir. Como intérprete toqué tanto para audiencias de 50 mil personas como para 50, y puedo decirles que es más difícil tocar para 50. Las 50 mil se convierten en una, pero no las 50. Cada una de ellas posee una individualidad, una identidad propia, un mundo a su alrededor. Perciben las cosas de forma más clara. Tu honestidad y la forma cómo ésta se relaciona con las profundidades de tu talento son puestas a prueba. El hecho de que en el comité del Nobel sean tan pocos no pasa para mí desapercibido. 

Pero, como Shakespeare, yo a veces me ocupo en mis proyectos creativos lidiando con los aspectos mundanos de la vida. "¿Quienes son los músicos adecuados para estas canciones?", "¿Estoy grabando en el estudio adecuado?", "¿Esta canción está en el tono correcto?". Algunas cosas no cambian, ni siquiera en 400 años.

Ni una sola vez pude hacerme la pregunta "¿Son mis canciones literatura?"

Por lo tanto, deseo agradecer a la Academia Sueca por haber considerado esa pregunta, y por la maravillosa respuesta que encontraron. 

Mis mejores deseos para todos ustedes,
Bob Dylan


1 comentario:

  1. Un discurso flojo, anecdótico, escrito sin esfuerzo. Quienes decidieron entregarle el Nobel a este cancionista de indudable talento cancionístico, deberían sentirse avergonzados. Por el contrario, quizás se sientan orgullosos de su transgresión y el quiebre en la tradición de la Academia que esto significa. Creo que con esta elección el Nobel se empobrece.

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