viernes, 3 de marzo de 2017

"El campo donde se libran buena parte de las batallas culturales y políticas"

Publicada el 1 de febrerp pasado en el blog Dominio Publico, la siguiente columna fue escrita por el escritor y crítico español Manuel Guedán.

El español no tiene copyright


Es importante recordar que en las películas Disney, hasta 1990, ningún personaje cogió nunca nada. Ni Geppetto cogía el martillo para hacer muebles, ni el príncipe recogió del suelo el zapato olvidado de Cenicienta, ni Baloo cogió jamás el fruto de un árbol, por muy empeñado que estuviera en buscar lo más vital. Ellos agarraban o tomaban lo que necesitaban, pero de coger, nanay. ¿Qué español hablaban aquellos dibujos animados?

Apenas se ha hecho con las riendas de su nuevo cargo, Trump ha suprimido el español de la web de la Casa Blanca. Una medida que, en la práctica, complica el acceso a la información gubernamental de aquellos hispanohablantes que no dominen bien el inglés y, en su dimensión simbólica, apuntala el vínculo unívoco y excluyente entre patria e idioma. En Estados Unidos solo debe hablarse inglés; y su reverso: el inglés —el bueno, el bien hablado, el de verdad— será patrimonio de los estadounidenses. Afortunadamente, este tipo de planteamientos, más allá de campañas del tipo english only, que persigue la declaración del inglés como única lengua oficial, nuncan ha gozado de excesiva raigambre en el país, si bien se van apuntando pequeñas victorias parciales.

Así pues, la lengua, lejos de cualquier visión ingenua, vuelve a quedar señalada como el campo donde se libran buena parte de las batallas culturales y políticas. Nada de esto nos es ajeno en España donde, por un lado, conocemos la riqueza y las tensiones propias de la diversidad lingüística y, por otro, a insistimos en patrimonializar el español fuera de nuestras fronteras. Todavía no se ha terminado de cortar el cordón umbilical simbólico que nos une a los españoles con nuestra lengua, lo cual permite que muchos se sientan dueños del idioma y ejemplos vivos del buen hablar, al tiempo que legitima a las instituciones —la RAE, el Cervantes, el Gobierno— para seguir utilizando el español como un bien exclusivo de la marca patria.

Un ejemplo: ¿por qué en los museos son las banderas de España, Portugal y Reino Unido las que distinguen los folletos de cada idioma? ¿Es más válida la lógica histórica que la cuantitativa, según la cual, por número de hablantes, las banderas serían las de México, Brasil y Estados Unidos? Dicha representación del idioma, ¿no delata acaso un sentido de la propiedad arcaico e indeseable?

Otro: ¿qué español debe enseñarse en los colegios que lo imparten como lengua extranjera? Muchos alumnos franceses, preguntados por sus motivaciones para estudiar español, señalan el interés por conocer la cultura mexicana, chilena o argentina. ¿Qué pronombres, qué conjugaciones y qué vocabulario deberían aprender entonces? La batalla por copar espacios de prestigio y de poder es crucial en la pugna que mantienen las instituciones lingüísticas por volverse hegemónicas. En las escuelas públicas, son los programas educativos y los docentes quienes determinan qué se enseña en las aulas, sin embargo la labor del Instituto Cervantes es decisiva para imbuir al español de España de un cierto aura internacional, o incluso de neutralidad. Como si fuera más puro o más genuino. El Marlboro de los hispanos.

Otra pieza clave es la circulación de los bienes culturales. Recientemente, adquirí el libro 25 minutos en el futuro. Nueva ciencia ficción norteamericana (Almadía), una antología realizada por Pepe Rojo y Bernardo, Bef, dos reconocidos escritores mexicanos. El volumen incluyó con buen ojo el relato «La historia de tu vida», de Ted Chiang, antes de que fuera adaptado al cine por Denis Villeneuve bajo el título de La llegada. En el prólogo, los antologadores advierten al posible lector no mexicano de que han optado por traducir los relatos a su variante del español. Así, en dicho relato, leemos: «Te reirás mientras me platicas de la fiesta a la que habrás ido la noche anterior. / —Híjole —me dirás—, no bromean cuando te dicen que la masa corporal marca una diferencia. No tomé tanto como mis amigos, pero acabé mucho más borracha». A los lectores peninsulares, habituados a disfrutar de cultura traducida a nuestra variante del español, seguramente nos parecerá que estamos ante un cuento mexicano, y no norteamericano. Dicho efecto, a la inversa, es el que experimentaron los lectores latinoamericanos cuando, en los años 90, las editoriales españolas, en pleno proceso de expansión, coparon sus librerías.

A lo largo de la historia, una de las principales alteraciones en la relación de privilegio de España con el español se debió a los doblajes Disney que dirigía el mexicano Edmundo Santos. Varias generaciones de niños españoles crecieron sin trauma familiarizados con un acento, conjugaciones y expresiones que no les eran naturales pero sí fácilmente descodificables. De nuevo, configurarse como la lengua franca para que permite el acceso a culturas extranjeras da a una variante determinada una posición de preeminencia sobre las otras.

Dado el lugar de privilegio del que hemos disfrutado los españoles durante siglos, y del que seguimos disfrutando, es importante cortar las dinámicas que lo perpetúan, señalar los intereses que subyacen a la mayoría de discursos pretendidamente neutrales sobre la expansión del español y contribuir a generar una sensibilidad más plural, que favorezca ciertos cruces e inversiones en las relaciones de prestigio cultural. A fin de cuentas, será divertido explicarle a los niños, cuando crezcan, por qué Shere Kan, por mucho que odiara a Mowgli, jamás se hubiera atrevido a cogerlo por sorpresa.

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