lunes, 11 de diciembre de 2017

La traducción en Chile y sus traductores (I)

Con la idea de presentar un panorama de la traducción en Chile, a lo largo de esta semana el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires va a subir un breve cuestionario respondido por varios traductores trasandinos. El primero de ellos es Pedro Ignacio Vicuña (1956), poeta, traductor, actor y director teatral. A la fecha, ha traducido al castellano la obra de Odysseas Elytis, Georgios Seferis y de varios otros poetas griegos y chipriotas. Como poeta y escritor, ha publicado Fataj, Estatuto del Amor, Peix ton Teikhon, Notas de Viaje, Fragmenta Memoriae, Famagusta y Bitácora del Otro Mar.

     “No es tema, ni para las editoriales ni para el Estado” 

–¿Desde cuándo y por qué traducís?
–Comencé a traducir a mis 18 años, cuando conocí la poesía de OdysseasElytis. Mi primera traducción fue su poema “Aniversario”, que de tanto repetirlo en griego (lo aprendía de memoria para rendir exámenes de ingreso a la Escuela de Arte dramático del Teatro Nacional de Atenas), de pronto comenzó, solo, a salir en castellano, en una extraña mezcla en la que se “colaban”, entre los versos griegos otros que espontáneamente sonaban en castellano.  Entonces me di cuenta de que otros, como mis padres, por ejemplo, podrían gozar de una poesía que me cautivó y me abrió otros mundos; como ellos no hablaban griego, me propuse traducir esa poesía que me había sorprendidocon su serenidad y profunda osadía lírica. La razón para traducir, me he dicho a mí mismo muchas veces, sin que eso corresponda, necesariamente, a la verdad porque quizás la razón verdadera sea un misterio insondable, fue la de intentar probar cómo sonaba esa poesía en mi lengua materna. Me pareció que el intento fue exitoso y entonces seguí traduciendo. Hoy en día, he seguido haciéndolo porque me parece que desde el punto de vista de la creación literaria, la historia social tiene momentos que podrían ser muy similares o paralelos  –al menos entre Grecia y Chile que es lo que yo conozco– que se han afrontado desde la palabra y su interpretación del mundo desde lugares opuestos y quizás, en la poesía griega, pienso, haya alguna clave que nos permita mirar nuestra historia de manera distinta y más esclarecedora.

–¿Cómo elegís a los autores que vas a traducir?
–A veces tengo la impresión de que se eligen solos, ellos a sí mismos, en la medida que me resuenan en alguna parte del universo sensitivo. A veces la razón es, simplemente, cuando entiendo que proponen una mirada que me abre un nuevo entendimiento, que me produce algún descubrimiento que quisiera compartir con otros, con gente que quiero y que me importa.

–¿Qué relación hay entre lo que traducís y tu propia tarea como poeta?
–Es una relación ambivalente, porque para poder verter una lengua a otra debe producirse, en mi caso al menos, una reelaboración que pasa por la apropiación del poema del otro, recreando imaginariamente –en realidad imaginando– el estado de espíritu, de alma, el peso sensitivo que ha producido el determinado poema o verso. En ese sentido, siempre el poeta traducido mete una cuña en mi visión y percepción sensitiva del mundo, muchas veces proponiendo, en el inconsciente, formas o soluciones poéticas que quizás no hubiese encontrado con anterioridad. A veces la influencia se hace notoria y, entonces, instala una suerte de barrera autocrítica que frena la propia palabra y se instala un período de sequía que puede acompañarme por tiempos largos o en una suerte de gusano que se pregunta de manera persistente si lo que sale de la mano o de la boca es propio mío o es el otro que se apropia de mi cuerpo y mi voz para seguir hablando, ahora, en el nuevo idioma que ha encontrado.

–¿Cuál es el panorama actual de la traducción literaria en Chile?
–En verdad no sabría qué responder, cualquier cosa que se diga va a ser siempre una visión sesgada porque no hay un interés sistemático por la traducción que provenga, por ejemplo de las editoriales más formalmente establecidas. En mi caso personal, me toca lidiar con un hecho de suyo dificultoso: la literatura griega, en general, aparte de Cavafy (o Kavafis) no es ni muy difundida ni se perfila en el horizonte como algo que presente, a priori, algún interés, como si ocurre con el caso de las lenguas de la Europa occidental. Sin embargo, las editoriales más nuevas que han surgido desde la periferia del establishment editorial, muchas de ellas poniendo énfasis en la poesía, han comenzado a abrir una puerta importante para las traducciones. Por ejemplo Descontexto, con las traducciones de Juan Carlos Villavicencio y de Armando Roa, por citar a algunos; lo que hace Das Kapital, que incorpora a su catálogo traducciones de poesía, Ernesto Pfeiffer, etc. Creo que la cosa está empezando a cambiar gracias a las iniciativas de la edición independiente y, como siempre, se espera que el interés por las traducciones crezca todavía más. Creo que es muy importante que se desarrolle un gran movimiento de la traducción en Chile porque me parece una muy mala idea depender de las traducciones españolas que no siempre son muy felices.
                       
–¿En qué medida la industria editorial chilena se hace cargo de los traductores chilenos?

–No lo tengo muy claro, de hecho me llama la atención el que nuestro Consejo Nacional del Libro y la Lectura no promueva la traducción de obras extranjeras a nuestra lengua y se vea más bien interesado en la traducción de nuestras obras a otras lenguas, lo cual por cierto no está para nada mal, pero es insuficiente. Tengo la sensación de que esto se da porque no se entiende que la traducción literaria es un acto de creación, de recreación literaria que enriquece el panorama de la creación nacional y que se la entiende como algo de orden utilitario, un mero acto de decodificación cuyo nicho industrial ya ha sido ocupado por editoriales de otros países hispanohablantes. Me parece que, en realidad, la traducción como actividad no es tema, ni para las editoriales ni para el estado de Chile. 

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